![De fiestas, siempre presentes](https://s2.ppllstatics.com/diariovasco/www/multimedia/2023/08/21/fiestas-kz7-U20010566222030VB-1200x840@Diario%20Vasco.jpg)
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Por supuesto que todas las muchas fiestas que ahora se celebran vienen adornadas con una especie de banderola festiva desde las noches en las que las estrellas parece que dotan de sortilegios incandescentes desde nuestros sueños íntimos hasta a las piedras e hierbajos que los ... considera como 'viejos amigos' esa noche del veranillo de San Martín en la que huyendo del mundo y sus habitantes para recluirse en la cabaña de la isla siente esa experiencia caudalosa de ese primer vagabundeo de Knut Hamsun de las tres que nos narró hasta su 'la última alegría' (tres individuos que son, por milagro literario y musical uno solo), adoradores forzosos del 'claro de luna' (aun si fuera o no con acompañamientos tan sublimes como los que dejaron los Beethoven, Mozart, Debussy, etc.
De todas formas si de noches veraniegas, de nidos y estrellas a hablar me he puesto es porque resulta que estas letras se me vienen atropelladas a la memoria por cuestión de la camada o acampada de las fiestas que, por estas fechas, tiene por costumbre el calendario la costumbre de fustigarnos, que parece como si un gran gigante comenzara a despertarse y, he ahí que, como la gran carrera que superara a cualesquiera otra que la imaginación creativa humana pudiera soñar y crear, desde el respingar del Tour de todos los toures, las mil y una actividades que la volitiva mental humana pudiera trasoñar, amen del acicate de las gentes muchas que se mueven al traspié del sol, de las playas, de esa cierta apoplejía que se nos asoma por las meninges sobre esa necesidad de las gentes muchas y su euforia interior, fiestas y festivales tantas y tantos que dieran superar hasta a algún delirio de lo divino y de la pura mística adentrándose por nuestras soledades imaginativas.
Volviendo a las fiestas o a su sustrato básico que se supone que sea la alegría, se me ocurre imaginar otros recónditos y aparentemente más serenados lugares en donde dicen que encontró acomodo: lugares, por otra parte, muy contrastados a aquellos en los que lo popular desemboca y hasta se desboca.
Se supone que es ésta, simplemente, la alegría nacida de la necesidad de la esperanza, y no nos invitemos a acudir a la otra alegría perfecta del poverello de Asís, de la que tantas veces he contado (una alegría húmeda y aporreada, vencedora desde más allá de los efugios gandhianos de la no-violencia, rayana casi en la perversión de Sacher-Masoch, gran contraste de efuvios).
Nace la alegría en el corazón de los humanos por motivos bien distintos y si florece la hierba en el pedregal por no se sabe qué misterios de raicillas que persiguen su ser de vida allá por donde ni rastro de ella se percibe, no se le pregunte, al menos en la hora magnánima de la sinrazón en la que a todos nos gusta sestear de vez en cuando, qué lógica extraña diseña ciertas medidas y formas de la fe que, en ocasiones, llega hasta a asustamos...
Decía Pascal -y no porque él lo dijera tiene por qué ser verdad- que «no es ser feliz el poder verse alegrado por la diversión, pues ésta viene de otra parte y de fuera», a lo que contestaba Voltaire en sus 'Cartas filosóficas' - que la terapia está en esa verdad que, dice la antigua frase, que está en el interior del hombre, y sigo pensando que no solamente la verdad sino que también la alegría reside en el interior del hombre, dentro de esas córneas escafandras personales detrás de las que nos agazapamos los humanos, y en lo que a mí atañe al menos, sigo cultivando, un poco al estilo generoso de la rosa blanca de Martí, la liberal alegría de mis jardines interiores agazapados y disfrazados generalmente por una imagen externa hosca e insuma que no me cabe duda alguna de que a más de uno confunde, y si de clases de fiestas quisiéramos ampliar citas, se me ocurriría recurrir a Diccionarios como el 'Ideológico de Casares' que, he ahí que me baño en provocaciones tan altaneramente agresivas a las memorias de carnestolendas, antruejos, doñas carnes y doñas cuaresmas, jueves gordos y larderos, entierros de sardinas, serpentinas, confettis, máscaras, comparsas, etc, a los que se planea por las meninges y sobre esa necesidad de la gente de volcarse a los festejos del exterior para dar pie a ésa su euforia interior, nominaciones de las que se echa mano a su debido tiempo.
Me da a mí por pensar que la primera o la última alegría, según por dónde su comience a mirar, es la de la persona a la que le sobran todas las músicas, charangas, estampidos de cohetes y otros ruidos y algazaras, risas y fanfarrias, garrulerías, chácharas y farfollas a las que concurren gentes y pueblos, personajes que, si desde su infancia se acostumbraron a festejear así seguirán, tan divertidos se supone hasta recalar en sus últimos momentos, a tanto llega la fuerza evocadora de la costumbre.
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