Urgente 15 heridos en un atropello en Múnich

Sin duda alguna que hubiera podido ser muy buena aquella ley -la de la 'Damnatio memoriae'- que dícese que se practicaba en viejos tiempos mediante ... la cual se condenaba al silencio eterno a aquellos personajes que hubieren cometido actos reprobables con la sesgada intención de dejar para la posteridad el recuerdo de esa su autoría criminal, que así se impuso por orden de Artajerjes y en doce ciudades de Jonia a un tal Eróstrato, un pastor efesio que fue el incendiario del templo de Artemisa, denotado como una de las siete maravillas del Viejo Mundo, que dícese que le fecha de ese incendio fue el año de 356 a. de C., que coincide con el del nacimiento de Alejandro Magno. Para quien quisiera saber algo más sobre ese personaje y su episodio correspondiente, me atrevería a aconsejar la lectura, insuperable en belleza literaria (como todo lo que escribió) en el texto de Marcel Schwob (1868-1905): «Eróstrato. Incendiario» de su obra 'Vidas imaginarias'), aunque ahora ya vemos que ni esa aplicación fue tan buena, y ya vemos que ni en Jonia ni en más cercanos lugares.

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Escrito lo que escrito queda, suscribiría la petición de una nueva vuelta al necesario castigo de la 'Damnatio memoriae', en el caso del tan regalado por tantas menciones de su impresentable persona de endiosado asesinos que, por gozar de mejor notoriedad se supone, parece que no tiene rubor alguno en echarse sobre su sucia espalda los miles de muertos que se cobran con infame guerra, aunque bien se sabe que, también la vuelta a la implantación de la citada ley volvería a ser inútil, una vez más. En todo caso, y en mencionando la guerra y, a manera de bastón de caminante por entre sus caminos de pesadilla sin remedio, sufrimiento y horror 'a gogó', escogería y así me he puesto a leer aquella obra reportaje de Quentin Reynolds (publicado por la Editorial Ayacucho bonaerense, 1943) bajo el título de 'Así París murió. Así Londres sufrió', cuyo título original es 'Los heridos no lloran', un explícito pensar y escribir sobre soldados, que si nos da por extender ése su nombre a su titulado original, será que 'Los muertos no lloran', pero que sería como para escribir que 'son más bien, el mismo lloro'. Sí, los muertos no lloran; son más bien, el mismo lloro.

Como me sucede -me atreveré a decir que, como todas las mañanas- , con la abulia o simplemente con la acidia de ir siempre a cuestas con los ojos soñando todavía con la pesadilla nocturna, que la mañana me encontró leyendo un reportaje sobre la soledad de la vejez, es decir, de dos nubarrones juntos: el de la vejez y el de la soledad; dos categorías dicen que dicen que se apoyan la una sobre la otra; dos palos hincados los dos en tierra desértica y que aún así, tanto se fertilizan nadie sabe por qué, pero de manera que van juntas a esa mar que es el morir.

Como desde niño -digamos que desde los seis o siete- tengo la costumbre de leer varios periódicos todos los días, ahora, cuando el destino ha dado en la broma de hasta casi hacerme pensar que ya mis sarmentosas manos están rozando el sueño de acariciar el felpudo de un siglo de vida, pensar en lo mientras tanto vivido y leído resulta ser un tanto escabroso, pero algo que me parece tan natural como aventurero de aferrarme, sin piolet ni cuerda por supuesto, a los riscos de una soberbia montaña que, entre sus anfractuosidades, guarda un montón de secretos y el resultado de esta afición tan de siempre suele resultar a veces realmente sorprendente tanto en, y puesto que tan sensacional y maravillosamente pródigo en hechos tan varios es la vida y el discurrir de hombres y gentes en el decurso y discurso de su vivir a cuestas por todo el tramo de los años que a cada uno nos hayan correspondido, da ocasión insuperable para que las maravillas de la vida, tanto en los terrenos de la alegría como en los de la tristeza, en los de la vida como en los de la muerte puedan ser domeñados y hasta bien gozados.

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Es decir que, como cualquier producto de cuyo uso abusamos, leer el periódico todos los días está claro que nos enchufa a una especie de drogadicción tan insuperable que vivir bajo ese leer y yacer entre sus líneas es costumbre insustituible por nada, pero qué cosa mejor si de vivir se trata. Soledad y vejez, sin duda, se ensamblan en muchas ocasiones, aunque para mejor fruírlas convendría contar con ese 'jardin de cándido' volteriano en los terrenos pastorales mentales, el panglosiano masticar de tantos poemas que se despiertan al regustar y regostar de las rimas y recuerdos que nos florecen al ritmo de las evocaciones de tantas quimeras como que se nos acolchonan en nuestras mentes, un rebrotar de expresiones tan apegadas al ronzal de los recuerdos indelebles que, de solos por de si, ya suponen vida y de muchos kilates, que ya me son mis años que ya sueñan con el número redondo los que me dan suficiente libertad como para así expresarme.

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