Como casi todas sabemos, Wikipedia es una enciclopedia digital multilingüe de contenido libre, basado en un modelo de edición abierta y colaborativa. Es un proyecto de transformación social a gran escala, no estatal y desburocratizado, que crece cada día gracias a la participación de personas ... de todo el mundo. Creada hace apenas veinticinco años, es el mayor proyecto de recopilación de conocimiento jamás realizado en la historia de la humanidad. Quizás no sea perfecto ningún repositorio de saberes lo es pero su modelo de gestión de información y datos publicados, que se encuentra en constante revisión por parte de sus diferentes editores, garantiza un alto grado de fiabilidad.

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Hace unas semanas, Elon Musk, el multimillonario propietario de X, la agencia aeroespacial Space X o de Tesla y nuevo hombre de confianza de Tump, decidió emprender una batalla para conseguir el cierre de esta gran obra de consulta en Internet o, al menos, poner en cuestión su relevancia social a base de infundios y mentiras invirtiendo millones de dólares, táctica habitual de las extremas derechas en todo el mundo. Además de ir «a perforar y a perforar... (para encontrar) el oro líquido que tenemos bajo los pies», como sin rubor proclama Trump; o conquistar el espacio, como propone Musk, pretenden destruir proyectos que promueva el bien común.

Cuando Internet comenzó a popularizarse en la década de 1990 y las tecnologías digitales todavía no habían sido privatizadas del todo, algunos ilusos llegamos a pensar que se iniciaba una revolución en el campo de la información y una nueva era para la distribución democrática del conocimiento y la participación ciudadana. En aquellos años de entusiasmo tecno-optimista, los movimientos sociales del procomún, los hacklabs y algunas instituciones públicas se empeñaron en emplear las tecnologías como potencias democratizadoras capaces de ensanchar el territorio de los saberes. Fueron los años del software libre alojado en servicios autogestionados, la defensa de los derechos digitales gratuitos y universales, la Word Wide Web de código libre, sistemas operativos abiertos, los archivos P2P de tecnología ente iguales, el copyleft y las licencias Creative Commons, la Indymedia (red global participativa de periodistas independiente), Wikileaks, los foros de blogs, incluso aquellas primeras Facebook o Twitter.

Como dice la periodista y activista Marta G. Franco en 'Las redes son nuestras. Una historia popular de internet y un mapa para volver a habitarlas', aquella fue una época en la que mucha gente apasionada hacía avanzar la ciencia informática de manera colaborativa, movida por las ganas de saber y de superar límites tecnológicos. La ética hacker y aquellas redes sociales, con su capacidad masiva de conexión hicieron posible una época de intensa actividad política: los movimientos antiglobalización de finales del siglo pasado; después, en 2011, la Primavera árabe en Túnez y Egipto, el 15 M en España, Ocuppy Wall Street en EE UU, YoSoy132 en México, Vem Para Rua en Brasil, Occupy Gezi en Turquía... millones de personas que utilizaron la potencia de las redes para alimentar la crítica, la indignación y la agitación social.

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Internet y las redes sociales fueron uno de los grandes avances del bien común, pero su futuro tomó otros caminos y ahora se han convertido en un ámbito más de la economía financiera especulativa y en un campo de minas de intereses espurios. Hemos comprobado que al lado de la potencia comunicativa de las redes se escondía un basurero tóxico, entre otras razones, porque la ultraderechista de todo el mundo las están utilizando como una de sus mejores armas para la instrumentalización de las emociones y la degradación de la política.

«Ahora, las redes más influyentes son un territorio espeso, adictivo y disparador de ansiedad donde viven unicornios que se enriquecen vendiendo humo», dice Marta G. Franco. «Hemos perdido la inocencia –subraya–─ así que vuelven las ganas de mirar hacia fuera y el interés por inventarnos nuevos mundos». Se refiere a politizar el malestar, reclamar la desintoxicación digital y el derecho a la desconexión, de exigir recursos para desmontar las fake news, combatir la desinformación y volver a organizar acciones colectivas de contraataque. Estamos hablando de volver a considerar las infraestructuras digitales como servicios públicos, al igual que las bibliotecas, hospitales, escuelas, aceras o carreteras. Sin olvidar esa tercera vía del procomún autogestionado, que no es ni privada, ni del Estado. Movimientos sociales por la soberanía digital de las personas, libres de vigilancia y control, para lograr una digitalización más democrática.

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Los Elon Musk, los Mark Zuckerberg, los Jeff Bezos, los Larry E. Page, los Bill Gates o los Ma Huateng no son invencibles. Aún hay instituciones democráticas que pueden frenar a los abusos y una sociedad civil que no traga con todo.

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