EFE

La mirada de Víctor Erice

En su cine siempre están presentes la vida y la muerte, los fantasmas de los recuerdos, la nostalgia de un tiempo que se fue, la incertidumbre de lo que queda por venir...

Santiago Eraso

Martes, 24 de octubre 2023, 07:03

Casi comparto años con el Festival de Cine de San Sebastián, que acaba de celebrar su septuagésima edición. Se podría decir que pertenecemos al tiempo histórico del cine. El mismo al que pertenece Víctor Erice, a quien el Zinemaldia le otorgaba el Premio Donostia, a ... la vez que presentaba su nueva película 'Cerrar los ojos' y se le homenajeaba cincuenta años después de que ganara la Concha de Oro con 'El espíritu de la colmena'. En 1973, junto a mi buen amigo Antxon Areitio, aplaudimos la película el desaparecido Cine Astoria de Amara.

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Pocos días antes de asistir al estreno de 'Cerrar los ojos' volví a ver en el cine 'El espíritu de la colmena' y 'El sur'. Quería cerciorarme de que las imágenes se mantenían vivas y que resistían como las recordaba en mi frágil memoria. Ahora, a pesar del tiempo transcurrido entre las tres obras, me atrevería a decir que, con una continuidad intermitente e inacabada, forman una trilogía sensorial inseparable que, además, consigue su máximo valor estético si sus imágenes se contemplan en una sala de cine.

Más allá de algunas 'experiencias' audiovisuales que Erice ha propuesto para museos, si hay algo en su cine, como en el de otros y otras que se inscriben en la misma tradición visual, es el respeto a la especificidad material que tienen las imágenes cinematográficas en relación con la dimensión de la pantalla donde las contemplamos en silencio. La concordancia sensible espacio temporal que se establece entre la mirada del espectador y la proyección en una sala oscura de cine, le confiere a la visión una cualidad escópica que condiciona la manera de percibir y que solo se alcanza plenamente en esas circunstancias concretas. Las películas de Erice se pueden ver en otro tipo de pantallas electrónicas pero su recepción nunca será igual. Más allá de los tópicos sobre si el cine ha muerto o no - como se dice de la novela o del arte-, en 'Cerrar los ojos', Erice nos muestra que esa forma específicamente cinematográfica de mirar las imágenes es a su vez una manera de sentir el mundo o de alterar nuestras percepciones sobre él, incluso de modificar la relación con la realidad. El cine de Erice es profundamente poético y alegórico, pero también narrativo y político.

En el inicio de la película aparece una escultura de Jano, el dios romano cuyas dos caras contrapuestas miran hacia un lado y otro -en un momento estamos en un lugar y después en otro-, hacia dos tiempos -ahora y luego, pasado y futuro- o, como mínimo, hacia dos maneras de pensar. Las imágenes nunca nos duran mucho. A través de ellas, vislumbramos fragmentos de vida que pasan ante nuestros ojos, en cuanto aparecen comienzan a desaparecer. No en vano, el diccionario nos dice que 'vislumbrar' es un poco menos que ver. Algunas imágenes permanecen en nuestra memoria, pero nunca son las mismas que un día fueron. Otras veces se desvanecen y, quién sabe, si algo o alguien nos las devuelve, reaparecen y adquieren potencias inéditas.

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La película de Erice nos habla desde esa condición contingente y frágil que constituye nuestras vidas, no solo por lo que vemos, sino por cómo lo miramos y desde que situación concreta lo vivimos. Los personajes de 'Cerrar los ojos' pertenecen a varios tiempos a la vez y parece que siempre están en tránsito. No en vano, Jano también es el dios del comienzo y el fin, del tiempo de las transiciones, de las puertas que se cierran y se abren para llevarnos al otro lado, sin saber con certeza a dónde. Así, los personajes de la película se dan la oportunidad de un nuevo comienzo, la posibilidad de volver a reconocerse y reencontrarse, incluso cuando sus vidas ya estén en otros lugares vitales. 'Cerrar los ojos' no es, como dicen, el testamento de Erice, sino un canto a la vida, aunque esta, claro, sea frágil y difícil de aprehender como la belleza de la mariposa o el gesto del parpadeo que, a la vez y en un instante, nos desvela la luz y la oscuridad.

En el cine de Erice siempre están presentes la vida y la muerte, las ausencias, los fantasmas de los recuerdos, la nostalgia de un tiempo que se fue, la incertidumbre de lo que queda por venir o el tiempo que nuestra imaginación rememora porque todo aquello que un día fue, todavía resiste. Como los batientes de las puertas que el dios Jano abre y cierra, como el batir de las alas de una mariposa o el parpadeo de una mirada, todo empieza siempre. Se abre una puerta y vemos pasar una mariposa aleteando. Así sería nuestra vida y, en cierto modo, las imágenes que nos constituyen, una película inconclusa.

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