Como no tengo la costumbre ni quiero perder el tiempo en aprender a manejar el móvil, lo cierto es que no sé qué ciudad fue ... martirizada la pasada noche... así nos hacen aprender la nueva geografía, más bien putinesca, que ahora intentan que contemplemos en el nuevo Atlas. Queda por lo tanto fuera de ese nuevo timbal, el bordoneo recordatorio de aquellos viejos tiempos, que de lo que no puede dudarse es de cómo se celebraba la Semana Santa, digamos que con mayor unción al menos que dicho así, de esta manera tan escapista, es como no decir nada, y con mayor respeto, que es como decir lo mismo , es decir, nada. ¿Acaso porque la religiosidad era mayor y había un sentido religioso de más fervor que ya se ha ido porque fue perdiéndose por el camino?

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Quizás lo que de folklórica tenía aquella Semana que es lo que mejor se ha conservado, que ya no digo por sus gentes puesto que las costumbres pueden servir mejor para conservar unas prácticas que la fe, lo más resaltable resultaban ser y lo eran las procesiones, tan típicas y tópicas. ¿Queda algo más de lo que uno ve o es que eso ha quedado en la mente de quién contaba con esas costumbres y no, en cambio, con fe alguna?.... ¿ Hará falta recitar, que ni falta volver a leer ni recordar que la memoria bien la conserva entre algodonosas reluctancias aquel episodio de 'La pedrada', de Gabriel y Galán, el hondero infantil que pudo con la carátula del sayón a manera de David con Goliat, que encierra el sentir costumbrista de todo un viejo tiempo.

De todas formas, hay muchos aspectos de aquellos días que casi exigen que sean recordados, no sé bien si como fotofijas de durable y mejor recordación o como avisos de cómo los tiempos pueden mudar en sus propuestas.

Historias que eran como niñerías, es verdad, pero es que éramos como niños, ¿no era eso? Digamos, por ejemplo, lo que ocurría con el silencio, que creo que era ése, creo que como obligado sigilo y como vestido de cierto misterio sacral lo que más nos impresionaba de esa semana, que siendo niños, qué menos que silbar o cantar en plena calle sin que por ello se agriara tanto la mirada de las gentes, y cómo luego bajo los acordes de la música de las tinieblas dar paso al crepitar de las matracas en la mágica escalinata donde la chavalería exteriorizaba sus posturas antes de salir a las calles bajo el avergonzado sol por los sucesos ocurridos otrora camino del Gólgota. Si ahora damos en parar y contemplar esa estampa, en este momento en el que parece que esos ruidos se han extremado por el estallar de una increíble guerra y sus circunstancias no solo tan increíbles sino también tan insoportables; ahora, cuando se sabe que hay tanto ruido, tanto estampido criminal de una guerra descabellada en la que se obliga a mascar tanto ruido, pensar de tantas armas criminales que es que resulta que dejan un ruido no solamente salaz de mentes humanas hundidas en acciones protervas; cuando una guerra salida del vientre ( y señalo vientre porque es difícil creer que alguien que esté mentalmente bien opte por encender nuevas guerras olvidándose de tantas anteriores que tanto hicieron sufrir a la humanidad), lo que nos lleva, entre otros paraderos, es a creer y a temer la plaga de males a la tierra desde la caja que abrió Pandora; por supuesto el encadenamiento de Prometeo a los bravos riscos de los Cáucaso y al corvo pico del águila que todas las mañanas le roía las entrañas, que de esta manera suponemos que nos trepana el ruido del despertador de las noches de fiebres o calenturas de las enfermedades mil, las miserias de todo tipo que nos obligan a rebuscar oropeles vanos en nuestras basuras o campando en yermos y desiertos al igual que en las urbanas multitudes pero sin perecer nunca el espíritu de Prometeo.

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Un espíritu el del Prometeo que es el de la libertad sobre cualquier otra consideración, pero que, volviendo a las andadas, le veríamos (o, ¿quién no ha creido verle?) como al Cristo antes de Cristo, el ladrón del fuego, ahí, en el quicio de la puerta, fumador despreciado, dando furtivas chupadas a su cigarrillo? en el espíritu de Prometeo y su rebeldía sin esperanza pero con causa, del benefactor de la Humanidad por excelencia, del que creó a los hombres modelándolos con barro (y dándoles mejor figura que muchos posteriores escultores que todos conocemos); añadiendo al barro primitivo, una parte pequeña arrancada de todas las cosas, y entre éstas, y colocándola en nuestro estómago, la espiga de la violencia, que, dícese que, por éstas y otras muchas cosas que ni siquiera en las páginas de la mar abierta, de los campos y cielos abiertos, vinieron una plaga de males a la tierra desde la caja que abrió Pandora, las miserias de todo tipo que nos obligan a rebuscar oropeles vanos en las basuras arrostrándose en el mundo, campando en yermos y desiertos al igual que en las urbanas multitudes pero nunca pereciendo ese espíritu prometeico...

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