Porque «yo lo valgo», dan por supuesto que nada les puede faltar ni tienen por qué ponerse límites ante lo bueno y lo agradable. Crecieron mimados/mimadas por amorosos padres que prefirieron hacerlos felices que hacerlos consistentes y esto les ha llevado a confundir la ... vida con una lámpara de Aladino que basta frotar para que antojos, caprichos y deseos (¡y no solo tres!) se conviertan en órdenes. «Estoy en mi derecho» es la muletilla, tácita o explícita, que sustenta sus desmedidas exigencias.
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Como consecuencia, ignoran el significado de la gratitud. ¿Por qué habrían de decir «Gracias» si nada deben ni reciben más de lo que en justicia creen que les corresponde? Conocen el precio pero no el valor de las cosas, lo cual explica su indiferencia ante los pequeños y los grandes dones cotidianos; son ciegos y sordos a los gestos desinteresados y generosos: ingratitud y displicencia, nula capacidad de reconocimiento, mínima empatía y compasión. Como decía el personaje de una vieja comedia, «egoístas son todos aquellos que no piensan en mí».
La falta de disposición a asumir responsabilidades constituye un denominador común de cuantos funcionan de esta manera. En un mundo que les ofrece una cantidad extraordinaria de posibilidades y donde pueden obrar con una libertad de elección sin precedentes, a su disfrute se entregan sin pararse a considerar que cada decisión acarrea siempre una exigencia. La palabra responsabilidad no entra en su vocabulario.
Por supuesto, no les pidamos que se impliquen activamente en asuntos de interés común. Solo les mueve lo que orbita en torno a su ombligo, desprecian lo que ignoran y nada despierta su interés a menos que les divierta o resulte útil. Entre sus inquietudes no hay lugar para los desafíos que plantea la existencia. Ante testimonios de dolor, de culpa, o sobre la incertidumbre del destino humano y la importancia de prepararse para lo que nos pueda deparar... cambian de canal. «Déjate de rollos». Como bien se colige, su capacidad de resistencia ante las frustraciones es igual a cero; se impacientan cuando tienen que esperar para recibir algo positivo y se victimizan si se trata de algo negativo.
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Las descritas son, un poco a trazo grueso, actitudes extendidas que algunos psicólogos interpretan como signos de una neurosis social propia de nuestro tiempo. Y tras las que se esconde la preocupante carencia de sentido de quienes prefieren vivir sin pensar demasiado, sin esforzarse demasiado, sin sufrir demasiado. Como animalitos.
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