El siglo cooperativo
EL OFICIO DE VIVIR ·
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EL OFICIO DE VIVIR ·
Es difícil sustraerse de la admiración ante la calidad humana y la inteligencia de Toribio EchevarríaSi los patronos pretenden hacer sindicalismo, los obreros socialistas haremos de patronos». Con esta desafiante declaración, un grupo de eibarreses resolvió fundar en octubre de 1920 una sociedad cooperativa de fabricación de armas a la que nominaron Alfa. Hoy sabemos que la iniciativa, inédita hasta ... entonces y surgida en un ambiente de crisis consecutiva a huelgas y cierres patronales (de aquí la alusión al 'sindicalismo' del empresariado), sería determinante para la futura configuración industrial guipuzcoana.
Apenas había precedentes de cooperativas de productores en España. Los historiadores alinean el caso eibarrés con la tradición colectivista del mundo rural vasco, el auzolan, pasada por el tamiz marxista que aspiraba a poner los medios de producción al servicio del proletariado. Desde sus inicios, Alfa tendrá un acusado componente social y socialista. El principal capital provendrá del sindicato del metal vizcaíno al que se sumarán las aportaciones de todos sus trabajadores, beneficiados por unas condiciones laborales y económicas superiores a la media.
Esta experiencia solo se entiende en el contexto de una cultura empresarial bien afirmada con presencia de un elemento obrero con conciencia y capacidad organizativa. Pero su camino estaría erizado de espinas. La saturación del mercado tras la guerra, el creciente control de armas y el proteccionismo arancelario obligarán a reorientar la producción. Alfa atina entonces a operar un trasvase tecnológico hacia la manufactura de máquinas de coser sin dejar del todo la de revólveres. Todavía no se hablaba de innovación pero ya se practicaba. Como primera marca nacional en su género, conseguirá arañar mercado a la hasta entonces hegemónica Singer.
Alma mater de Alfa y gerente durante tres lustros fue Toribio Echevarría. Interesantísima personalidad la de este espíritu inquieto que se forjó como escritor, políglota y estudioso de las cosas de la naturaleza de modo autodidacta, llegando durante la República a dirigir la petrolera estatal Campsa y a sentarse en el consejo del Banco de España (lo que, a su gran pesar, le obligó a cambiar la txapela por el sombrero). A todas luces 'Un eibarrés extraordinario', como titula el historiador Pedro Berriochoa la biografía que acaba de publicar en Kutxa. A su lectura es difícil sustraerse a la admiración ante la calidad humana, la sensibilidad y la inteligencia de un hombre que, con entrega, idealismo y modestia, ofició como primer arquitecto del cooperativismo guipuzcoano.
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