Si eludimos lo contaminantes que resultan y nos quedamos con la iconografía de los anuncios, los cruceros aparecen en nuestro imaginario como buques insignia de la relajación, del divertimento y del todo incluido. Foster Wallace ya bombardeó la línea de flotación de este negocio en ... el ensayo 'Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer', pero la realidad aún tenía que pinchar más el globo. Hace poco he sabido que en los cruceros mueren unas doscientas personas al año, un hecho que obliga a cada buque a mantener una morgue, una cámara refrigerada, que suele estar fuera del alcance de los pasajeros, medio oculta en las tripas del barco, para que no estropee la irrealidad sobre la que se navega. Esas morgues me recuerdan a la angustia que nos asalta algunos domingos por la tarde, una angustia oculta bajo la felicidad del paseo mañanero, del aperitivo, de la manta y el sofá. Menos mal que, a lo lejos, una orquesta anuncia que comienza de nuevo el baile a bordo.
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