Taxistas, hosteleros e inteligencia artificial
El árbol de la ciencia ·
«Todos picamos en este solucionismo infantil y así unos pocos se forran, mucho y muy rápido»El árbol de la ciencia ·
«Todos picamos en este solucionismo infantil y así unos pocos se forran, mucho y muy rápido»La economía colaborativa es la vertiente económica del transhumanismo. La gratuidad de alguno de los avances tecnológicos recientes está provocando una serie de cambios en un mundo globalizado. Ya no podemos prescindir de muchas herramientas tecnológicas que nos facilitan la vida, lo cual marca ... nuestra cultura y nuestro futuro. La gente prefiere no poseer nada y tener acceso a cosas para usarlas cuando las necesite. Los servicios anulan a los bienes y el uso compartido prevalece.
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Según sus propios defensores, esta filosofía económica, que suena a colectivismo del 68, anuncia el fin del sistema capitalista de libre mercado y de la democracia, impulsores reales del progreso hasta ahora. Sin embargo, tras hurgar en sus entrañas, filósofos como Luc Ferry alertan sobre una realidad bien distinta. Para Ferry se trata de una utopía que fomenta un ultraliberalismo capitalista salvaje, no regulado y en manos de monopolios como los GAFA (acrónimo de Google, Amazon, Facebook, Apple) y algunos más (Linkedin, Twitter, Alibaba). Ellos deciden y controlan los cambios tecnológicos imprescindibles para que se implante la economía colaborativa. Para sus críticos, su estrategia es crear necesidades donde no las hay y aportar la solución. A veces gratis, cuando más pagando. Todos picamos en este solucionismo infantil y así unos pocos se forran, mucho y muy rápido. Además, en este proceso se adueñan de nuestros datos, el nuevo petróleo, y pueden venderlos a empresas, naciones o partidos políticos. Esta marejada de cambios genera conflictos: Uber y los taxis, AirBnB y los hosteleros, la fiscalidad de las compañías, los escándalos de la NSA y Facebook y las elecciones americanas que auparon a Trump a la presidencia son algunos ejemplos.
Ferry critica ferozmente la «pasividad ignorante» de la clase dirigente. Alega que mientras se va instalando esta transformación (cuyo culmen será el internet de las cosas), «la mayor parte de intelectuales alimentan la nostalgia del siglo XIX, anclados en polémicas obsoletas sobre la derecha y la izquierda, sobre la identidad nacional perdida, sobre costosísimas conmemoraciones, ceremonias y reparaciones históricas para sacralizar el pasado o sobre las recetas para la reactivación económica». ¿Les suena? Son temas superados que provocan «hastío y un pesimismo quejoso». Aconseja Ferry mirar al futuro, hacer un esfuerzo por comprender la realidad para combatirla y corregir sus defectos. Esto supone una inversión intelectual más exigente que la idealización del pasado. No existe una receta mágica para que los cambios provoquen el menor daño colateral en lo personal y lo social, algo inevitable si, como es habitual, reaccionamos y actuamos tarde. No obstante, podría comenzarse por abrir un debate social plural, exigir una investigación responsable e imponer medidas regulatorias de ámbito mundial. De este modo, los cambios se sucederán de modo gradual para facilitar nuestra adaptación. Es una parte destacada de «la conversación más importante de nuestro tiempo», frase acuñada por Max Tegmark.
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