Acostumbro, cada septiembre, a darle una oportunidad a la televisión pues en la peluquería, o en la cola de la pescadería, una no es nadie si no está al corriente de quién reina en la pantalla. Los que andamos todo el día dándole al magín ... necesitamos visitar esos mundos frugales de la sobremesa donde alrededor de una mesa, cada vez más espectacular, ciudadanos a los que se les supone un criterio hincan el diente a un tema que, en teoría, interesa a la ciudadanía; un cura que droga a sus feligresas para agredirlas sexualmente y grabarlas, una ministra a la que le interesa lo que hacen «los ricos» para huir de la Tierra cuando se vaya al carajo, y una doctora de Menorca que inyecta lejía rebajada para curar el cáncer...

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No dejo de sorprenderme por la manera en que los escogidos intervinientes exponen sus razonamientos en el par de minutos asignados, consiguiendo no decir absolutamente nada. Me resulta casi hipnotizador ver cómo, en medio del griterío, el contenido se vuelve líquidamente volátil en boca de esos tertulianos cuya opinión se asemeja al aire de cocido, que un chef de primera te sirve en un menú degustación de 300 euros.

He ido paseándome con curiosidad sobre lo que ofrece la parrilla de sobremesa, donde se supone que jubilados, aburridos, convalecientes, ociosos, funcionarios de jornada envidiable y algún meteorito como yo se adormecen con el sonajero de la tele. Chismes, alguna entrevista, tertulia del corazón, política, un poco de 'gore' o delincuencia tecnológica, una psicóloga arreglada como para ir a la ópera y la novedad: la culpabilidad y el agravio que la televisión tiene respecto a las redes sociales. Como los jóvenes no tienen tele porque están pegados al móvil, los programadores han decidido que si Mahoma no va a la montaña, la montaña irá a él y han surtido esas mesas de opinión con 'instagramers', 'tik tokers', personajes cuyo curriculum es ser famoso, vídeos virales y demás parientes.

La tele es la tele y en lugar de mejorarla, las productoras han decidido exportar esa dinámica perniciosa de las redes sociales para que los seguidores suban la audiencia y, de paso, blanquear a los que les había dado demasiado el sol. Me refiero a un programa que no comprendo cómo la diplomacia china no ha hecho una protesta firme por usurpación de cultura. Aquí, les advierto de que se ha echado la sal gorda, la fina y la del Himalaya caricaturizando al pueblo chino para hacer humor, no amarillo, sino directamente zafio. Los invitados deben de tener en el camerino una bandejita de ansiolíticos para someterse a las preguntas escondidas en galletitas de la suerte. Lo que yo daría por un programa de entrevistas...

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