Secciones
Servicios
Destacamos
Nos visitan estos días teatreros con espectáculos para su exhibición en las muestras de Donostia y Eibar, y también con noticias de lo que se ... cuece en los mentideros madrileños. Me entero así de que algo se mueve de cara al vigesimoquinto aniversario del fallecimiento de William Layton, el mayor renovador de la pedagogía teatral en España y de cuyos laboratorios salieron figuras como Julieta Serrano, Ana Duato, José Pedro Carrión, Carmen Elías, Carlos Hipólito, Ana Belén y muchos etcéteras más. Merece homenaje la memoria de aquel norteamericano que, siendo ya un prometedor intérprete y profesor de teatro, llegó a Europa como soldado durante la II Guerra Mundial, con el infortunio de que una granada le rompió los tímpanos y también su carrera de actor.
Pese al altísimo prestigio de que gozaba, él se veía a sí mismo como una persona llena de carencias. Decía que aún tenía muchísimo que aprender. Hablaba como un científico del arte teatral: «La historia de mi vida no es la historia de alguien que ha buscado y encontrado las respuestas. Mi historia es la de alguien que, en esa búsqueda, ha encontrado el material que le inspira y le empuja a seguir buscando, buscando, buscando...».
Su elegancia moral sobrepasaba lo imaginable. A la hora de abonar impuestos, advertía a sus asesores para que no camuflaran ni una sola peseta: «No puedo defraudar a un país que me ha dado tantísimo». El año de su 83 aniversario hizo la declaración anual, liquidó deudas y facturas pendientes, y escribió una serie de cartas para despedirse de sus amigos. Las dejó encima de la mesa excepto una, separadamente, dirigida a su asistenta doméstica, en la que le pedía perdón por 'recibirla' muerto esa mañana. A Layton le horrorizaba molestar a sus semejantes.
Diez años antes, a mediados de los ochenta, el gran docente y director de escena honró con su presencia a unos jovencísimos actores vascos en Madrid. Aunque nada dijo, nos percatamos de que nuestro espectáculo le interesó poco. Pero quiso entrar a saludarnos. «Como ustedes saben, me estoy quedando completamente sordo -nos confesó−. Apenas consigo oír algunas frases, y, sin embargo, sigo apreciando las buenas interpretaciones. ¿Saben por qué? Porque a los actores de verdad se les reconoce no tanto por cómo hablan sino por cómo escuchan».
Aquello nos llegó más al fondo que la mejor crítica. Fue una lección de teatro, pero también de vida. A las personas estimables se las distingue no solo por lo que dicen sino por su capacidad y su calidad como escuchantes. Incluso aunque sean sordas.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.