Tiempo, memoria, identidad
El oficio de vivir ·
Émulos de los dadaístas, arrojamos a la corriente del Urumea un ejemplar de la novela de 2.400 páginasSecciones
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El oficio de vivir ·
Émulos de los dadaístas, arrojamos a la corriente del Urumea un ejemplar de la novela de 2.400 páginasSe decía que para leer de un tirón la Biblia, el Quijote, el 'Ulises' o 'En busca del tiempo perdido' había que estar convaleciente, ni demasiado grave ni demasiado leve, en las justas condiciones de paciencia y ánimo para digerirlas sin atragantón. Por entonces, los ... periodos de inactividad forzada se aprovechaban para la lectura: aún no existían los dispositivos electrónicos de distracción y matarratos que han vuelto rara y muy minoritaria la capacidad de concentración que requieren esos monumentos literarios.
'Matar el tiempo': expresión antiproustiana donde las haya siendo el autor fallecido hace ahora cien años quien hizo del Tiempo personaje principal de la novela moderna y del novelista un observador panóptico. ¿Qué somos sino tiempo y recuerdos con cuyo hilo de oro se teje lo que llamamos identidad? 'En busca del tiempo perdido' va de la vida, o sea de todo y de nada, de vivencias y de resonancias en amasijo a menudo indiferenciable, una larga exploración para cifrar que no es en los lugares donde habitamos sino sobre todo en los tiempos (por eso Proust, fanático de los trenes, se interesaba mucho por sus horarios y no tanto por sus destinos).
Objeto de decenas de miles de tesis doctorales y de estudios críticos desde el psicoanálisis, la filosofía, la narratología o la sociología entre otros campos, la obra fue inicialmente incomprendida. «No entiendo que un señor pueda emplear treinta páginas en describir cómo se gira y se vuelve en su cama antes de conciliar el sueño», justificó un editor al rechazar el manuscrito. Más cruel, el revoltoso René Crevel definió el proustismo como «la psicología del pelo del culo cortado en cuatro».
Crevel y los dadaístas procesaron al escritor patriota Maurice Barrès por «campeón de las ideas conformistas» contrarias a la juventud rebelde de hace un siglo. Nosotros, como sus émulos, hicimos lo propio con Proust arrojando a la corriente del Urumea un ejemplar de la novela de las 2.400 páginas de apretada letra, con frases inacabables entre ellas una que ostenta el récord mundial: 931 palabras trenzadas, sin puntos pero con toda una paleta de matices, términos sensoriales y exquisita musicalidad.
Literatura alambicada, hiperestésica, a ratos hechizante, a ratos indigesta, que nos pone ante el espejo: «Mientras lee, todo lector es el lector de su propio yo», advertía el autor. Que cien años después nos reconozcamos en sus páginas —aun sin haber 'convalecido' lo suficiente para terminarla—, prueba que se trata de un clásico.
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