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Apartir del 28-A, muchos previmos una u otra fórmula de gobierno basado en el pacto entre el reformismo del PSOE y la presión radical de UP. Lo llamé entonces «el socialismo de lo posible». El resto de la historia es conocido, hasta la sorpresa ... final de un abandono por Pedro Sánchez de sus aprensiones a la entrada en el Gobierno, ahora hegemónica, de Pablo Iglesias. La crisis se ha resuelto e importa el cómo.
El problema es lo que la forma súbita del pacto entre Sánchez e Iglesias representa para la credibilidad del primero y las perspectivas del futuro inmediato. La estrategia de Iglesias, su empecinamiento, pueden parecer discutibles, pero responden a su transparencia y su firmeza, que le han llevado a vencer por K.O. Pero por parte de Sánchez la fiabilidad de su palabra queda en tela de juicio, más aun cuando posiblemente el rosario de encubrimientos anuncie momentos más graves para los intereses generales. La impresión es que cualquier medio vale por mantenerse en el poder, aunque sea de manera limitada al compartirlo con Iglesias. Nada lo prueba mejor que su conducta en el lunes poselectoral, callando lo esencial a la Ejecutiva del PSOE acerca de lo que ya pensaba hacer de inmediato. Obviamente, quien adopta la simulación como sistema en las relaciones con el órgano de dirección de su partido, no va a cambiar de conducta ante los ciudadanos.
En la circunstancia actual, el próximo paso puede consistir en que el Gobierno entre en un espacio oscuro por lo que concierne al orden constitucional. En el preacuerdo Iglesias se compromete a respetar la Constitución, pero ya ha explicado que el referéndum, disfrazado de consulta, no vulnera la Carta Magna, y tampoco la vulnera que ahí se llegue desde una mesa de negociación «donde todos cedan», y cuyos acuerdos serían sometidos a votación por los catalanes. Iglesias ha impuesto su programa. Ahora tocan las cortinas de humo de Iván Redondo. Por otra parte, se sabe que desde la probada solidez del independentismo en lo esencial, no cabe «mesa de diálogo» que ignore la autodeterminación. A las claras o de tapadillo.
En este caso, no hay que hablar de maquiavelismo de ERC. Al parecer, Junqueras tiende a enfocar la autodeterminación como proceso democrático, pero aun pertenece a un frente por la independencia, nada dispuesto a dejarse engañar por nadie. Menos por Rufián, en el caso de que este producto político de la «inmersión lingüística» -palabras suyas- se adaptara a la senda constitucional. De ahí que exija la negociación bilateral entre gobiernos, la cual surge, no desde una reflexión sobre la gravedad del tema, sino por puro marketing para la investidura.
Para Sánchez todo es sencillo: una vez obtenido el Ejecutivo, feliz. Ha elegido su campo y de ahí su firmeza a la hora de rechazar el menor contacto con los partidos constitucionales. Vox le ha venido de perlas. Pronto Podemos se encargó de buscar apoyos. Ahí está el manifiesto del 13-N, en el cual era requerido el diálogo para resolver la cuestión catalana, sobre la base de un relato lleno de tergiversaciones, con la guerrilla urbana disfrazada de «altercados», los heridos y presos adjudicados solo a unos CDR cuya existencia es ignorada, y nada menos que una voluntad rechazada de diálogo del presidente «autonómico». Así, con la ofensiva tras las sentencias del procés, la semana de fuego se ha convertido en el principal argumento para que sus promotores se presenten como los heraldos de la paz. Desde su bonhomía y habitual despiste político, el Papa Francisco lo avala.
Sánchez logrará la investidura gracias a la abstención en positivo de ERC. La pregunta es si desde el espíritu de la ley no suscita interrogantes proponer un presidente de Gobierno, que lo será gracias a un partido cuyo objeto es dinamitar la Constitución, habiendo ejecutado actos de sedición probados por el TS. Mientras ese mismo partido está lejos de garantizar la aceptación de las reglas de juego constitucionales y sigue burlando al TC en el Parlament. En esta partida de póker tapado, tal vez los jugadores conozcan ya la evolución del juego. Los ciudadanos seguirán ignorando de la misa la media, yendo de una simulación a otra, envueltos en el vacío estratégico de Sánchez, quien olvida el proyecto federal de su partido.
Entre tanto, el «progresismo» que puebla los medios de opinión oficiosos, se entrega a desautorizar cualquier alternativa e insistir en su estrategia de desgaste del marco constitucional. El 'diálogo' es el mantra indiscutible, con independencia de cuales serían sus objetivos o su resultado previsible. Además la invocación del diálogo para Cataluña es siempre asimétrica: exigencia rigurosa de cara al Gobierno, silencio total sobre el muro independentista. Su complemento es la denuncia de la «judicialización» de un tema que, claro, es político y debe ser resuelto políticamente y se borra sin más la secuencia de acontecimientos de 2017, con la soberanía asumida por el Parlament y la declaración de independencia. Olvidando que sí hay «conflicto», pero que la simetría no cabe y ante el asalto al orden constitucional, sin recurrir a la fuerza, la respuesta solo pudo ser jurídica. ¿Qué demócrata, añaden, puede refugiarse tras el «fundamentalismo constitucional» ? Dejemos de lado el obstáculo y dialoguemos. Además, reconocer el «problema de España» equivale a sumirse en una pesadilla. Caminemos. Unde et quo?
Y sobre la política económica venidera, más silencio, como si entre el Podemos y PSOE no hubiera la distancia entre utopía y realismo.
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