Tontos de capirote y mascarilla, sí, es lo que al parecer somos quienes observamos con preocupación esta pandemia y guardamos las medidas sanitarias. La última en soltarlo ha sido Victoria Abril, otra negacionista con micrófono y sin ronzal que desprecia los hechos establecidos mediante consenso ... científico y político, maneja a la remanguillé datos, cifras y ejemplos −como el de Suecia−, y contrapone su pretendida perspicacia a nuestra ceguera de pobres cobayas del 'coronacirco'.

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El ilustrado Lichtenberg imaginó un futuro distópico en el que se crearían universidades ya no para el progreso del saber sino para restablecer la antigua ignorancia. Desde luego que en la España actual habría para formar varios claustros de indoctos e indoctas con birrete. Victoria Abril, persona de formación muy escasita que no desdora su calidad de actriz, reveló que conoce 'la verdad' porque frecuenta foros 'científicos' «donde se aprenden cosas impresionantes». Más le valdría aparcar el móvil un rato y acudir a fuentes fidedignas que le ayuden a entender cómo se elabora el conocimiento científico y las vías para su validación por la comunidad mundial.

Además de eso, una pequeña inmersión en la Historia informaría a la protagonista de 'Si te dicen que caí' que su pretendida rebeldía es cosa muy antigua. Pues también las campañas de vacunación emprendidas por distintos estados europeos desde finales del siglo XIX tuvieron que vencer la resistencia de quienes veían en la inoculación una obra satánica, mientras que los programas de higiene pública chocaban con la muy arraigada creencia de que la mugre corporal protegía de las enfermedades. Paradójico pero verídico: la duda y la puesta en cuestión de hechos y de hipótesis contrastadas desemboca a menudo en estupideces malsanas. Es así como hoy los complotistas escépticos cometen el error de rechazar precisamente aquello –la inteligencia crítica activa− que protege de manipuladores, oportunistas y charlatanes.

Si esta gente se interesara por los rudimentos de la epistemología vería que para aumentar nuestra comprensión de la realidad y para hacer frente a muchos de los retos humanos no existe instrumento más útil, seguro y democrático que la ciencia. Con ello se librarían de hacer el ridículo hablando de lo que ignoran, se mostrarían más respetuosos hacia el trabajo de sanitarios, investigadores, gestores o periodistas, y manifestarían una mayor empatía ante el sufrimiento de cuantos directa o indirectamente están padeciendo esta lacra.

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