Tradición democrática

Para contrarrestar el comportamiento de una oposición que, con sus bravuconadas, está siendo desleal a su cometido parlamentario, y que concibe la política como un espectáculo barato construido desde la rabieta; conviene escuchar otras voces que nos recuerden por qué debemos seguir creyendo en el mantra, tan repetido a lo largo de los últimos meses, de que España es una de las democracias más consolidadas del mundo. Por una vez esa voz ha llegado, y lo ha hecho por boca de uno de los pesos pesados del Partido Popular. El político conservador José Manuel García-Margallo, que repitió como ministro de exteriores con Rajoy como presidente del Gobierno, compartió en Twitter el siguiente mensaje hace un par de días: «La Ministra de Asuntos Exteriores Arancha González Laya cuenta con dos activos importantes para desempeñar con éxito la cartera de exteriores: conoce los organismos multilaterales y puede dar al Ministerio la orientación económica que conviene. Me tiene a su disposición para defender los intereses de España».

La tradición democrática de un país no se compone únicamente de la separación de poderes y del acatamiento de las sentencias judiciales, sino sobre todo de la capacidad de sus representantes para disentir del adversario con respeto y confrontar ideas con honestidad. La democracia también brilla cuando alguien es capaz de reconocer, pese a las discordancias ideológicas, la valía del rival. En este sentido, recuerdo las palabras que Alberto Rodríguez, de UP, le dedicó a Alfonso Candón, del PP, en su despedida: «Lo vamos a echar de menos, es usted una buena persona y le pone calidez humana a este sitio». Ni el paso de los años, ni las urnas, ni los cambios sucesivos de gobierno nos van a regalar un sistema parlamentario hecho a nuestra medida. Como todo lo importante, la democracia también se construye.