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Leo que, por culpa del maldito Covid y su molesta presencia ni el vino huele ni las comidas saben como antes sabían. Es decir, un ... debacle de los sentidos corporales en momentos de ingesta diaria tan necesarios en la aventura del vivir cotidiano. Dícese que cinco son los sentidos corporales del hombre. De los otros muchos que acaso también usamos aun sin que haya habido ocasión de ser mucho o poco citados, mejor hacernos con un vademécum en donde la neurología, la psicología, la filosofía, etc, se den cita. Así como con un léxico perteneciente a esas ciencias de medicina tan interna con el que pudiéramos enjarretar aquí muy muchos otros sentidos, englobados un poco como a montón en fenómenos o percepciones que tienen que ver con la cenestesia, cinestesia, etc, que me refiero a sensaciones o sentidos como el del equilibrio, humor, ganas, quimeras, ensoñaciones, orientación... todos alumnos aplicados del existir más que del vivir que, ya se sabe que el existir, muchas veces, difiere algo del vivir pese a que acostumbren a viajar juntos y se note mucho su ausencia cuando alguno falla.
Pero, aun de solamente existir, ¿a guisa de qué? Los que, con más o menos capacidad muscular logramos todas las mañanas despegar la cabeza de la almohada, ir al baño y aventar las legañas bajo el agua de la ducha, abrir la ventana, conversar in mente con el tiempo que se nos depara y nos enfrentamos, junto con el desayuno, a una ristra de medicamentos, tenemos establecidas unas preferencias entre las cápsulas y las pastillas, ¿con cuales mejor? Es la pregunta del amedrentado sujeto que salta al ruedo mañanero y tiene que enfrentarse a las tarascadas de ese toro pastillero que llega pujante y bravo, con los enhiestos pitones como yataganes de doble corte en que se convierten los túneles de garganta obstruida y embestida por resoplidos que hasta para un mínimo respirar acongojan. Le maltratan en su asiento y busca mejores asideros para un mantenerse a flote aún en el mar de la vida y por el lado más impensado en esta mañana, y como no sabe por qué, le ha visto la cara a la señora de siempre, ésa que lleva en sus manos la bien lavada mortaja, los ojos velados por tan cerradas cataratas que ya se sabe que, por los sentidos también penetran las tentaciones compasivas que son las más inconvenientes para que su trabajo sea eficaz y justo, que cualquier día, cualquiera de ellas, cualquiera de estas cápsulas o pastillas está dispuesta a amargarnos el día.
Recuerdo que, en viejos tiempos de mi niñez, había en casa una Enciclopedia en dos volúmenes titulada 'El Médico en casa' (Est. Quillet, Barcelona, 1925) en cuyo principio y fin, presentaba dos imágenes, la de una mujer y un hombre diseccionables, penetrables en su intimidad anatómica, fisiológica, topográfica, organográfica, digestiva, neuronal, etc, con solo levantar las placas o segmentos plegados, a la manera, supongo, como un cirujano irrumpe en el sancta sanctorum de los cuerpos tendidos en el quirófano y va buscando la correspondiente patología sopesando órganos en su demanda de alifafes y dolamas que generan morbo que precisa ser apartado. Una memoria a la que algunas veces vuelvo cuando a esa hora de la medicación antedicha, me encuentro ante la dificultad creada por alguna de esas cápsulas que se nos queda estancada quién sabe en tan críticos momentos si en la faringe o en el esófago o a lo largo del tracto del bolo alimenticio, cuando la salivación y sudoración aumenta, la garganta da resoplidos como en gruñidos de matanza, y no se sabe por qué se piensa, digamos, que es el viaje lleno de sirtes y aguas turbulentas de un Ulises en retronavegación a su Itaca y a su Penélope y, sobre todo a su fiel Argos. La fiel memoria hasta la muerte, los huesos en lanza del can aguardando la mano del amo que pide perdón por el largo viaje y recompensa la espera de fe y paciencia inmensa con breve, cálida, amorosa caricia.
Ya en últimas instancias, en el momento de escribir estas vagas reflexiones sobre los sentidos (nada más que de las cinco corporales de Astete), ¿en qué rango o escala colocarlos? Con un término en arameo puede leerse en Marcos 7, 31,35, aquel episodio de cuando trajéronlo a Jesús un sordo y tartamudo para que le pusiera la mano encima, y que 'metió sus dedos en las orejas de él, y escupiendo, tocó su lengua, y mirando al cielo, gimió, y le dijo: 'Ephphatha': que es decir, 'ser abierto', que, pase aun la de la sordera como la más leve de los sentidos dañados aunque su ausencia nos pueda dejar en un silencio desértico peor aún que en ámbito de músicas y ruidos, pero que, pese a ello, nada tan difícil como encontrarse cinco sentidos de cada vez mayor deterioro que es verdad que 'sic transit gloria mundi' como dejó escrito el Kempis.
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