Suena la campana de la torre de la iglesia de Saint-Germain l'Auxerrois sin que su tañido merezca ni un reojillo de los turistas que van de camino al Louvre. Me digo que alguna atención le rendirían si supieran que este mismo timbre de ... metal hoy ahogado por el bullicio de la ciudad dio principio a uno de los más infames episodios de la historia de la intolerancia religiosa en Europa.

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Madrugada del domingo 24 de agosto, San Bartolomé. Al rebato de la torre, deshaciendo las sombras de la noche con teas de fuego, hombres armados salen al exterminio de 'herejes' hugonotes. Aquellos días había muchos por el viejo París pues a los residentes se añadían los llegados de toda Francia para la boda entre la católica Margarita de Valois, hermana del rey, con el protestante Enrique de Navarra, enlace que prometía sellar una reconciliación que pusiera fin a las guerras de religión. Ocurrió lo contrario.

Las partidas de intransigentes allanaron casa a casa, posada a posada, defenestrando ancianos, mujeres, hombres, niños, y una vez en la calle despedazándolos y desollándolos cual animales de matanza. Arrojados al Sena, se dice que el río se volvió sangrecilla con tropezones de carne que arrastrados por la corriente acabaron sedimentando en un recodo. Al cabo de los días, cuando las miasmas se volvieron insoportables, se habilitó una gran fosa para su olvido. Quiso el azar que 300 años después sobre ese cementerio anónimo se erigiese la Torre Eiffel. Me pregunto si es mejor que lo ignoren quienes hacen cola ilusionadamente ante el monumento más famoso de Europa.

En la masacre de San Bartolomé de 1572 el fanatismo religioso se amalgamó con la vindicación política y con los arreglos privados; el que muchas víctimas y victimarios se conociesen, compartieran espacios de vida o incluso parentesco, da calor de intimidad a la barbarie. Se liquidaron deudas, se eliminaron rivales, se borraron del paisaje vecinos aborrecidos... Cualquier católico podía apropiarse de los bienes de todo protestante: en la 'limpieza religiosa', bajo el móvil espiritual subyace la más despreciable avidez.

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La monarquía Valois-Angulema premió a los asesinos con honores y caudales. Prosperó también su parroquia, Santiago de la Carnicería (nombre expresivo), de la que hoy solo queda en pie su torre, la de Saint-Jacques. En esta tarde de agosto, los niños juegan en su jardín indiferentes al murmullo de las piedras.

«Las torres. El pasado. Percibir su sentido, su razón. Despertarlas, despertarse» (Enzo Paci).

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