

Secciones
Servicios
Destacamos
Entre atónitos, conmocionados y avergonzados. Así vivió una gran parte de la ciudadanía estadounidense la expresión de violencia política desatada en el asalto al Capitolio. ... En el periodo previo a las elecciones presidenciales estadounidenses ya se previó que el riesgo de violencia postelectoral era muy alto, y esas predicciones se hicieron realidad el pasado miércoles cuando miles de manifestantes pro-Trump irrumpieron en el Capitolio de los Estados Unidos en un acto sin precedentes, cuando el Congreso estaba a punto de ratificar la victoria del presidente electo Joe Biden. Desde que Trump perdió las elecciones del 3 de noviembre, y mientras fomentaba falsas teorías de que la votación estaba amañada, muchos se preguntaban cómo terminaría su mandato. ¿Cómo ha podido llegarse hasta aquí? ¿cómo es posible desmoronar así los cimientos de una democracia aparentemente sólida? Solo es posible responder a ambas cuestiones si ponemos el foco o la atención cuatro años atrás. El edificio de la convivencia es mucho más endeble de lo que parece. Su debilidad deriva de que siempre está en construcción. Hay que protegerlo, cuidarlo, mantenerlo.
La lección que cabe extraer de todo ello es que no hay conquista de la modernidad que no sea reversible, por segura que parezca, y que si no cuidamos los grandes consensos y los valores inherentes a la convivencia siempre estará latente el riesgo de quiebra de la misma. Uno de los indicadores más peligrosos de la violencia electoral fue la tendencia permanente de Trump a usar el poder ejecutivo como un púlpito intimidatorio para alimentar divisiones y sembrar el caos. Ciertos elementos emergieron constantemente como líneas rojas que indicaban la posible emergencia de violencia electoral: un electorado polarizado, fuentes de información altamente partidistas y la existencia de ciudadanos armados y milicias con fácil acceso a las armas. No hay nada más profundamente antidemocrático que lo acontecido en EE UU: la democracia, la verdadera democracia es siempre un juego de incertidumbres y conflictos que hay que saber diagnosticar y administrar. Como indicó Richard Sennet, la cooperación es el arte de vivir en desacuerdo.
Frente a ello, Trump ha roto todas las reglas de juego democráticos: ha optado por rebelarse, utilizando como esbirros a su acérrima cohorte de seguidores, frente a un pilar democrático clave: en virtud de las elecciones quienes tienen el poder se enfrentan a la posibilidad de ser expulsados de él mediante unos procedimientos establecidos; quien está en el Gobierno se ve obligado a anticipar esa amenaza. En ese momento se visualiza que la política nos introduce en un mundo en el que hay que responder y dar cuentas, que el poder no es absoluto porque está obligado a revalidar, que la política no da más que oportunidades a plazos.
La política es el gran instrumento del que disponen los seres humanos para organizar su convivencia. Cuando la política se hace bien el pluralismo queda asegurado, pero al mismo tiempo esa diversidad de valores, intereses e ideologías no impide resolver los conflictos sociales. Una sociedad políticamente madura no es una sociedad sin problemas o conflictos, una sociedad en la que reinara un consenso general. Lo que exige una democracia pluralista es que esos conflictos tengan cauces de expresión y resolución. Todo eso ha faltado durante el mandato Trump, llevándose además por delante el prestigio y la reputación de un País y de su sistema. Costará mucho recuperar lo perdido.
¿Qué hacer ante relatos, como los de Trump, construidos sobre bases falsas, relatos inventados desde el populismo galopante que nos sacude? ¿Cómo combatir el cinismo dialéctico de quienes quieren construir un modelo de sociedad asentado sobre falsedades? ¿Cómo contraponer, frente a todo ello, la racionalidad de los discursos políticos y sociales no enfáticos ni populistas, aquéllos que a contracorriente reconocen la complejidad de los problemas que nos afectan y la dificultad para encontrar soluciones efectivas a los mismos? Trump acuñó hace ya cuatro años un modelo de hacer política basado o centrado en la confrontación; ha polarizado hasta el extremo la sociedad americana y también al propio partido Republicano, convertido casi en un partido «anti sistema»: buscar la bronca permanente, la descalificación y la crispación continua, jugar a la adhesión o al odio como únicas opciones, «ser o de los míos o mi enemigo». Este tipo de dialéctica de confrontación parece poder conferir, en apariencia, ciertos réditos electorales, pero en realidad se acaba, tarde o temprano, volviendo en contra de quien la exhibe.
¿Cómo combatir esta ola de populismo? sin caer en su provocación pero sí confrontando cívicamente mediante el debate sobre ideas, sobre sociedad, sobre convivencia, sobre diversidad, sobre ciudadanía. El antídoto no puede ser más populismo, sino responsabilidad compartida entre políticos y sociedad civil. La respuesta a la interpelación que para toda democracia representa lo ocurrido en EE UU ha sido, salvo contadas excepciones, muy poco edificante en el seno de las formaciones políticas españolas: tras la unánime (aunque en buena parte retórica) condena al uso de métodos no democráticos, se ha dado paso a una especie de alocada carrera dialéctica para usar contra el adversario los graves sucesos del Capitolio. Debemos aprender la lección. Nos va mucho en ello.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
El humilde y olvidado Barrio España: «Somos como un pueblecito dentro de Valladolid»
El Norte de Castilla
Publicidad
Publicidad
Recomendaciones para ti
Favoritos de los suscriptores
La Avenida más codiciada: de los bancos a las grandes firmas
Beatriz Campuzano
No te pierdas...
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.