Acaban de cumplirse veinte años desde los atentados del 11-M, y la mayoría de quienes dejamos atrás la cuarentena nos hemos preguntado cómo es posible que hayan pasado ya dos décadas. Lo cierto es que tengo edad suficiente para comprender que el pasado, no ... importa cuánto tiempo haya transcurrido, fue ayer mismo. Del mismo modo, comprendo también que algunas de las cosas que, de forma rutinaria, narcotizante, realizaré mañana pertenecen ya al pasado. Lo que nos marca sigue sucediendo siempre de alguna manera.
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Piensen en esa mujer, en ese hombre, que el 11 de marzo de 2004 enciende despreocupado la televisión, y ve lo que ha pasado en Atocha, y piensa en su hijo, que coge ese tren para ir a trabajar, y trata de apartar el miedo que le muerde el estómago y se dice que algo así no les puede pasar a ellos, cuando, de pronto, suena el teléfono: un teléfono que ya no dejará de sonar, una vez y otra, a lo largo del tiempo.
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