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No es nada nuevo, pero en estos días en los que prosperan tantas mentiras y tantos relatos enfrentados, tengo la sensación de que es muy difícil discutir y casi imposible convencer a nadie de nada. Discutir de qué, pienso a veces, si a menudo no ... sabemos ni de qué estamos hablando. Ya desde antes de esta tragedia, se hacía muy difícil confrontar serenamente opiniones y se daba por perdida toda dialéctica. Sin embargo, alguna rara vez, observamos que algún amigo o familiar repite ante terceros, de forma inesperada, ideas que les hemos participado nosotros. Es tan poco común que alguien escuche a alguien y menos aún que alguien haga suyas las opiniones de otros, que en esos momentos se produce una especie de vértigo ante tamaña responsabilidad, sobre todo si la opinión en cuestión es impopular. Y yo, al menos, tiendo a revisar lo expresado, a tratar de ponerle un lazo a mi juicio, a advertir incluso a la otra persona de que revise por sí misma sus fundamentos, vaya a ser.
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