Al atardecer, me meto en el río y nado hasta un tramo en el que, a esas horas y no a otras, dos tortugas se dejan ver sobre un pequeño tronco. Me acerco hasta ellas desplazando el agua de la manera más silenciosa posible y ... observo los fresnos y las adelfas de las orillas y los pájaros que, en un vuelo veloz, bajan a beber del cauce. Cuando llego frente a las tortugas, las contemplo durante algunos instantes y emprendo el camino de vuelta con la sensación de que todo está en orden. No sabría calcular cuántas horas de mi vida he empleado en observar este entorno, pero sé que han sido muchas. Se trata de una inversión de tiempo que podría parecer inútil porque no voy a extraer ninguna conclusión científica; sin embargo, cada vez estoy más convencida de que observar la naturaleza es una suerte de activismo silencioso y de la rara trascendencia del hecho de que las dos tortugas se sitúen cada tarde sobre ese tronco.
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