Cuando me cruzo con alguien por la calle que va concentradísimo en dejar una nota de voz, me gustaría poder ver después la cara del receptor del mensaje. Reparo en el entusiasmo del emisor, que habla sin descanso, que gesticula, que enfatiza y no puedo ... evitar imaginarme al receptor, hastiado ya de tanta cháchara, haciendo cualquier otra cosa mientras pone el audio a doble velocidad. Me suelo acordar de aquellas comedias del tipo 'Confidencias de medianoche', en la que Doris Day habla por teléfono con Rock Hudson. Gracias al recurso de la pantalla partida podíamos ver a los dos, estaría bien. Los audios que dejamos no son como los chisporroteantes diálogos del cine, pero aún así sucede algo mágico: las notas de voz solo nos resultan larguísimas cuando nos toca escucharlas, no cuando nos toca grabarlas. La vida, en fin, y sus engañosos efectos especiales para las películas que nos montamos, y lo que es peor, para las películas que contamos.
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