El Gran Teatro Falla, de estilo neomudéjar, podría ser un teatro más, pero es el templo de los ladrillos 'coloraos'. Los aficionados al carnaval de Cádiz pasan por su puerta y resuenan las letras emocionantes de comparsitas como Paco Alba, Antonio Martín o Martínez Ares, ... y también se asoman las sonrisas al recordar los repertorios de chirigoteros como Fletilla, Selu o Yuyu.
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El público aplaude cada febrero a los mejores, pero al escenario del Falla puede subirse quien quiera y cantar sobre lo que crea más adecuado. Lo que no se puede, en mi opinión, es ir a ese teatro sin caer en ridículo cuando no se comulga íntimamente con el credo –escúchenlo– del inolvidable Juan Carlos Aragón: «Creo en el espíritu libre y santo,/ en la iglesia de los compases celestiales,/ en la comunión de la gente cantando,/ en el perdón de los pecados inmorales,/ en la resurrección de las caras pintadas de blanco./ Y creo en la vida eterna de los carnavales».
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