Hace unos días, cuando me dirigía a una feria del libro, tropecé con una esquina burocrática. Al llegar a la caseta noté el ambiente enrarecido. Se acercó un lector, me pidió que le firmara su ejemplar, saqué mi bolígrafo y, entonces, dos funcionarios se abalanzaron ... sobre mí y me informaron de que la firma debía ser electrónica. Era el único modo de acreditar que yo era la autora de mi novela, me explicaron. Me dieron unas instrucciones interminables y, resignada, saqué mi teléfono móvil para iniciar los trámites: DNI digital, alta de terceros, clave de la plataforma de identificación electrónica; como soy autónoma, me pidieron además que enviara mi firma a través de un portal interdimensional y amenazaron con acusarme del delito de suplantación de identidad si no cumplimentaba el centenar de formularios que se me abrieron en la pantalla. El lector me miraba, las gotas de sudor me corrían por la frente y me empezaron a temblar las manos. Incapaz, decidí entregarme a la Fiscalía.
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