No estábamos allí, pero podemos imaginarlo: la alegría del perro cuando, al abrirse la puerta, su dueño entra en casa; su lealtad inquebrantable, también en los malos momentos, cuando incluso los amigos dan la espalda; su tristeza, su sensación de abandono, al ver que un ... día su dueño no está, ni al día siguiente, ni al otro. El vínculo que se establece entre un perro y su dueño (ya, a mí tampoco me gusta este término) es muy hondo. Por eso celebro que el Juzgado de Vigilancia Penitenciaria número 1 del País Vasco haya permitido que un preso pueda reunirse con su perro por última vez, en un vis a vis, antes de que el animal, enfermo, sea sacrificado.
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La decisión ha debido de generar un debate entre algunos funcionarios de prisiones. Entiendo que será todo más complicado de lo que parece, pero creo que el esfuerzo merece la pena, aunque solo sea por defender cierta idea de humanidad, esa humanidad que tantas veces encarnan mejor los perros que las personas.
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