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Hace justo una semana, después de salir de una clase de escritura que imparto en Bilbao, me quedé tomando algo con las escritoras Mónica Crespo y Maite Núñez y con parte del alumnado por la zona del Azkuna Zentroa. Cuando me despedí, me dispuse a ... bajar a pie a Abando. A mi izquierda, brillaba a lo lejos el gran árbol de Navidad de la Plaza Moyua. Llevada por un insólito espíritu navideño, porque no soy de las que van a los encendidos ni me fijo demasiado en la iluminación, alteré mi ruta habitual y me dirigí hacia la Gran Vía para verlo de cerca. Hacía un frío de mil demonios y no había apenas nadie por las calles de la ciudad, pero, como quien sigue a la estrella de Belén, me mantuve en mi propósito. Cuando por fin me situé a los pies del árbol, ilusionada y muy navideña yo, decidida a disfrutar del juego de luces, justo en ese momento, en ese mágico momento, el árbol luminoso se apagó y me quedé con cara de gilipollas.
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