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De vez en cuando recibo en mi correo electrónico mensajes remitidos por hoteles en los que alguna vez estuve. Se trata de frías comunicaciones comerciales; sin embargo, cuando las abro –e imagino que no seré la única a quien le suceda– , me alegra saber que ... esos alojamientos siguen abiertos.
Las noches que pasamos en los hoteles son, a menudo, paréntesis en nuestras vidas. Los visitamos de vacaciones o por trabajo; estuvimos solos o acompañados o puede que ambas cosas al mismo tiempo porque son muy extrañas las madrugadas.
Esos correos electrónicos parecen decirnos que las vidas que dejamos suspendidas aún nos aguardan en las habitaciones que un día ocupamos, que todavía es posible retomar la felicidad de aquella tarde de marzo, o reconducir la desazón de cierta noche de julio o dormir con quien se sueña en secreto. No nos desagradan esos correos porque, de alguna manera, todos los hoteles en los que nos alojamos permanecen abiertos en nuestra memoria.
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