El pasado lunes, que llovió con convicción, mi barrio se quedó a oscuras y la noche adoptó un gesto antiguo, primario, hondo. Por hacer algo útil preparé la ropa para la mañana siguiente: ese plumífero que atesora años, que nunca me gustó, pero es el ... que más me abriga; un jersey con tantos metros que igual tiene que pagar el IBI; un pantalón de pastora lebaniega que no pegaba ni con el plumífero ni con el jersey, calcetines térmicos y katiuskas. La cara lavada porque, en todo caso, la lluvia me iba a estropear el maquillaje; en exteriores, pelo alborotado; en interiores, gafas empañadas. Finalmente, las isobaras siguen siendo unas 'influencers'.
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Lo malo fue que por la mañana no solo había vuelto ya la luz, sino que al mediodía mejoró el tiempo. El sol me sorprendió preparada para cortar leña en la tundra canadiense. Si me dejan dos días más sin electricidad, salgo vestida de oso. Y me pongo pibón. Por si esta noche pasa algo entre tú y yo.
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