Un héroe mártir romano, una bebida en txotx en su más alta celebración, tambores que retumban en las calles a toda hora y evento cuando ... el calendario manda recuerdos húmedos de toda la vida bien sea a la memoria conjunta de toda la escala social de una ciudad y para todas las personas.
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Hablando de tambores, el engranaje de la memoria, tan caprichosa, siempre nos trae en bandeja, al margen de la caracteriología musical Sarriega a aquellos 'tambores de Fu Manchú' en tres jornadas y en aquel Kursaal inolvidable de los 40 que uno, desde las añosas distancias lo hace cada vez más y más inolvidable; que, si a los tambores quisiéramos adentrarnos por la vía cinematográfica nos encontraríamos con muchos, que ante esta confluencia con la música de Sarriegui y sus sones populacheros tan entrañados en el donostiarrismo, entramos en el viejo dilema de una fusión de recuerdos.
De todas formas, pese a tiempos tan movedizos como los de ahora en los que parece que uno de los asuntos más importantes tiene que ver con la inflación de la cesta de la compra y en una semana con los días más fríos del año, lo cierto es que los animosos tamborreros que inundarán nuestras calles en su día tan señalado parecerá que fueran inmunes a todo tipo de malas situaciones. Es decir, que, por estos lares al menos, unos tambores, y unos cánticos y cenas al estilo de las que en las sociedades gastronómicas hay costumbre, superan con creces a malas previsiones.
Sería acaso exageración de rimbombancia poco pertinente mentar aquí y a propósito de la marcha y de las marchas de esta fiesta patronal a algo que sonase a la 'Triunfal' de Rubén, pese a que no falte sino que abunde en cortejos y tambores tabaleados en vez de claros clarines, y acompañado todo de cantos sonoros y cálidos coros, y según el tiempo que haga, hasta de lluvias y truenos dorados. Y, de abuelos de blanca barba de viejo y de armiño. Y, de bellas mujeres que aprestan coronas de flores; y de heroicos seres que ni siquiera se arredran y buscan una mínima excusa para dejar la mesa, atiborrada aún de sabrosos platos muchas veces pese a haberse terminado la cena y salir al llanto de la lluvia que no para de llover y al crujir de dientes en las invernales torvas noches que el santo patrono depara o tiene a bien procurar, a tono todo con la estación hiemal a la que toca festejar, que así y todo y sin que se quisiera caer en la condición de aguafiestas, tampoco puede olvidarse de los otros muchos héroes que entraron violentamente en el recuerdo y en la leyenda, ya que sería imperdonable olvido cerrar la mención sin recordar a esas cruces que algunos al menos vemos en cualquier esquina de cualquier calle pese a que algunos se obstinan en no verlas haciendo la llamada vista gorda.
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Y se diría que entre las medallas y el tambor, se desgasta la pelusa de esta ciudad en el roce de sus dos entidades (o hasta identidades) más marcadas y con denominación de origen, como los buenos vinos y manjares que por estas fechas se acostumbran tomar. Los de las medallas, en un decir y hasta sentir público si así se les concediere la unidad de personificación a lo multitudinario que forman y conforman la aristocracia sin reservas y la calidad incontrastable, que años y lustros y décadas, y hasta algún aledaño de siglo en algunos sin poder echarse al cuello una simple medalla, debe pesar lo suyo en cualquier mente ambiciosa y menesterosa de huecas y vanidosas desinencias. Y nos quedaría todavía la tercera casta, la de los entes tan impermeables a todo que, por muchos lanzazos que la vida les arrojó, pudieron resistir bien su coraza de indiferencia y caminan al descubierto por la jungla ciudadana sin que ninguna fecha herirles pudiera.
De todas formas, felicidades a todos aún a riesgo de que cualquiera que se creyera Júpiter tonante arrojara alguno de los rayos que su mano sujeta, al que habría que recordarle que lo queramos o no, y todavía al menos, desgraciadamente supongo, todos pertenecemos a ese mundo constituido y estatuido sobre la simplista base de los premios y castigos que se otorgan por hechos catalogados según baremos particulares manejados por jueces que determinan a qué bandos cada uno pertenece y las llamas de sus fogatas pueden producir incendios, dicen algunos que hasta infinitos.
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Para gustar u olvidar redobles de la memoria huérfana a la que le dio por convertirse en fantasma mejor que cada uno se busque su guarida, osera o leonera que de todos esos especímenes y muchos más deambulan por las calles en estos y otros días, sean festividades o vulgares, que lo vivido siempre es peor de lo que se pudo vivir y no se vivió, según dicen los siempre descontentos. ¿O, es al revés?...
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