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Cualquiera que sea el final, el cruce de intereses y de ideologías está enturbiando la explicación del conflicto de Ucrania, bien diáfano en su diagnóstico. El punto de partida no ofrece dudas: Rusia ha establecido un impresionante dispositivo militar, cuyo propósito no es evidentemente llevar ... a sus soldados de picnic, sino plantear una amenaza de invasión en las fronteras de Ucrania. Por mucho que insistan Putin y Lavrov en que no van a invadir, confirma sus propósitos el hecho de que planteen ante EE UU unas exigencias concretas –retroceso territorial de la OTAN, que Ucrania nunca pueda ingresar en la Alianza–, anunciando en caso de rechazo «medidas militares y técnicas adecuadas» (sic).
Con el fin de eclipsar esta elemental constatación, entran en juego las cortinas de humo, siempre dirigidas a exonerar a Rusia de su responsabilidad: que Ucrania formó hasta ayer parte de la URSS (nada de 'holodomor'), que Estados Unidos prometió a Gorbachov detener su despliegue hacia el Este (falso), y sobre todo que la guerra ha de ser evitada a toda costa, lo cual es en sí mismo un objetivo encomiable pero que pierde validez al prescindir de la amenaza armada de Putin. Una omisión que supone en la práctica exigir la retirada unilateral de las fuerzas preventivas enviadas por la OTAN. En este punto hay una curiosa convergencia entre los opuestos, desde Donald Trump a Unidas Podemos.
Los argumentos son débiles: pueden ser lícitas las «preocupaciones» de Putin, tal y como él las denomina, pero el modo de exponerlas nunca debe consistir en una coacción militar, acompañada de un ultimátum. Todo examen de la crisis ha de tener en cuenta este hecho esencial. Más razonable sería plantear: acabemos con la escalada hacia la guerra, abriendo paso a la negociación, una vez que tanto las fuerzas enviadas por Biden como los más de 100.000 soldados rusos se hayan replegado. Ningún 'pacifista' propone esto. Putin argumenta que sitúa sus tropas donde quiere, Bielorrusia incluida, siendo Rusia país soberano, pero es que hasta ahora Ucrania también lo es, y esto es lo que el presidente ruso no acepta. Ambas son a su juicio una misma nación, la rusa. A partir de esta falacia, todo le resulta lícito, incluida la eliminación de una democracia europeísta a sus puertas.
La cortina de humo más habitual consiste precisamente en olvidar que el ejército ruso está donde está y para lo que está. La emplea UP en su «agenda de paz», en seguimiento de las declaraciones de Pablo Iglesias en Valladolid. Y mirando hacia atrás en el tiempo, reproduciendo lo que desde 1949 fue el núcleo del 'pacifismo' comunista en el Movimiento por la Paz frente a EE UU y la OTAN. Para estos 'pacifistas', las guerras y las invasiones de la URSS no vulneraban la paz, ni al atacar Corea del Sur en 1950, ni en Hungría 1956, ni en Checoslovaquia 1968, ocasión esta que sirvió al PCE de Carrillo y Pasionaria para afirmar un auténtico pacifismo socialista, denunciando la invasión del Pacto de Varsovia. Frente a esa enseñanza, la «agenda de paz» de UP propone el absurdo de que una vez retirados nosotros, tras el «diálogo» lo hará Putin. UP olvida además las intervenciones de Putin en 2014, mutilando Ucrania de Crimea e impulsando la insurrección del Donbass. La culpa sería de Occidente por tratar de incorporarla a la OTAN, organización «genocida» según un militante entrevistado el domingo por 'Russia Today', en el marco de la extensa referencia a Podemos por la cadena oficial rusa. ¿Han oído hablar del 'holodomor', el genocidio decidido por Stalin que costó más de un millón de muertos ucranianos entre 1932 y 1933?
Las objeciones anteriores suelen recibir la calificación de belicistas. La invasión rusa no debe ser guerra. Además no se trata de ir contra Rusia por las armas, sino de no retroceder ante una negociación por la paz que debe ser el eje de todos los esfuerzos occidentales. Desde la paz y por la paz, lo cual no excluye la protección simbólica enviada. Haciendo ver a Putin que la guerra es un mal negocio, también para él, y evitando toda salida que avale la injerencia presente o futura del Kremlin sobre Ucrania. Algunos hablan de neutralidad para Ucrania, pero olvidando que Putin no exige su ausencia de la OTAN, sino también, escondiéndolo, de la Unión Europea, origen de la crisis de 2014. Y Ucrania necesita la UE. Putin no busca intereses concretos, sino avanzar en el camino de la reconstrucción de la URSS en torno a Rusia. También aquí ha logrado confundir las cosas, apoyándose en teóricos como Alexander Dugin, hablando sobre la multipolaridad o Eurasia, cuando su aspiración arranca de la caída del muro en Berlín. Lo demás es ropaje útil.
Del lado occidental, tampoco cabe olvidar la imprescindible reestructuración de la OTAN, convertida en simple peón de EE UU en Afganistán, frente a China y de nuevo ahora. Aun cuando por encima de todo, la regla de oro del pacifismo obliga a denunciar una eventual invasión de Ucrania por Rusia, igual que en 2003 denunciamos la de Irak por EE UU.
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