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La paradoja acompaña a los primeros pasos de la película 'Mientras dure la guerra', de Alejandro Amenábar: triunfa en taquilla, mientras recibe un revolcón en el festival donostiarra. Incluso olvidaron la gran interpretación de Karra Elejalde, quien, a mi juicio, logra meterse en la piel ... de la desesperación de Unamuno sin dejarse llevar nunca por la tentación de teatralizar los grandes momentos de esa agonía. Y ello sin renunciar a su propia personalidad como actor, otro sesgo habitual en los biopics.
Su actuación sirve de hilo conductor a la interpretación que Amenábar propone de la contienda. Como él mismo se ocupa de subrayar, su visión no es equidistante, si bien trata de aproximarse a los nacionales sin ridiculizarles y respetando su propio discurso. El mejor ejemplo es el retrato del zorruno general Franco en su asalto al poder: no hacía falta ocultar su sentido de la vida familiar -también a Hitler le gustaban los perros-, ni mostrar la ausencia de valentía para defender su propio ascenso; hay suficiente con la respuesta dada a Unamuno que intercede ante la prisión (asesinato) de su amigo el pastor evangélico, las imágenes de fusilados en las cunetas y el sonido de los disparos por las ejecuciones. Eso basta para reproducir el clima de terror impuesto por los africanistas, silenciando a toda una sociedad (asistí a la proyección acompañado por una amiga bilbaína, cuyo tío abuelo, sin particular significación política, salió a la calle por curiosidad el día de la toma de Bilbao y nunca volvió, como los compañeros de tertulia de Unamuno; los familiares callaron el episodio durante décadas). En cuanto a Millán Astray, la frialdad deliberada del retrato, es el mejor cauce para expresar ridículo y brutalidad militares, algo que Unamuno no podía tolerar y no toleró en la ceremonia del 12 de octubre.
Al tiempo que reconstruye su camino de desesperación, Amenábar introduce un elemento de reflexión dirigido al presente, subrayado en el diálogo entre el rector y su discípulo, al advertir que el clima político de hoy debe tener en cuenta ese antecedente de descenso de España a los infiernos en 1936. Un descenso a los infiernos para el propio Unamuno que sigue siendo objeto de polémicas, en especial desde que el bibliotecario Severiano Delgado hizo pública su acertada investigación sobre la recreación del texto del discurso por parte de un exiliado español. Solo que su 'Arquelogía de un mito', y la calificación como banal del episodio, eluden la pregunta capital acerca de si los contenidos del discurso, al parecer inventado, corresponden o no a los conceptos expresados en el Paraninfo.
Frente a tal depreciación del mensaje unamuniano, destaca la alta correlación entre el texto impugnado y las ideas recogidas en documentos seguros: las notas que Unamuno empezó a redactar afanosamente al escuchar la alocución de José María Pemán, las reseñas de lo ocurrido por Vegas Latapié y López-Villamil, más textos posteriores, como el proyecto de manifiesto -octubre-noviembre-, que editó cuidadosamente Manuel María de Urrutia; la entrevista con Kazantzakis y las últimas notas al borde de su muerte, el 28 de diciembre de 1936. Sobre esas bases, perdido el discurso de Unamuno, la anastilosis de sus ideas ofrece solo una dificultad: ¿por qué la denuncia del nuevo régimen se detiene ante la figura de Franco?
La frase más debatida -«venceréis pero no convenceréis»- es el núcleo del pequeño manifiesto posterior, donde reconoce haber dicho «vencer no es convencer ni conquistar es convertir», que le costó ser depuesto del Rectorado, y del todo compatible con la versión conocida, verosimilmente suavizada. «Anti-Esp» de las notas del acto, refrenda que hablara en contra del tópico de la Anti-España «porque solo sirve para sembrar odio entre españoles» (Villamil). No menos ilustrativa es la crítica de las mujeres católicas que asisten a las ejecuciones de rojos con cruces al cuello (Villamil). Su referencia al fusilamiento inicuo del filipino Rizal por el general Polavieja en 1896, expresión de «la brutalidad agresiva y civil de los militares» (Latapie) es lo que lógicamente desencadena la explosión de ira de Millán Astray con su grito pemaniano «¡Mueran los intelectuales traidores!» (Latapie), mientras militares y falangistas montaban sus armas. No pudo faltar, claro, como vasco, la réplica de Unamuno a los ataques contra vascos y catalanes (Latapie). Fue un repaso general a la trágica redención en curso tras el 18 de julio. Amenábar acierta.
La adhesión de Unamuno al alzamiento venía de atrás. Sus artículos en 'Ahora' hablan en mayo de «esta guerra incivil» y de «una demencia colectiva en todos los españoles». La izquierda es entonces y luego el enemigo, para «salvar la civilización occidental cristiana». Con su pluma y su dinero, Unamuno apoyó el golpe «para restablecer el orden», rectificando solo al conocer de cerca la marea de sangre que provocaba el poder militar. El inpromptu de Unamuno en el Paraninfo marcó la inflexión, refrendada en el posterior manifiesto, donde no culpa a las organizaciones republicanas, sino a «malhechores degenerados», mientras los nacionales presentan «caracteres frenopáticos». «Es el régimen de terror por las dos partes», confirma en noviembre, bajo el signo de la desesperación. Un «suicidio moral», adelantando el diagnóstico de su enemigo Azaña. Como si el escrito estuviera dirigido a una imposible publicación, Unamuno apoya «el glorioso movimiento que encabeza Franco», mientras teme un «inhumano régimen de servidumbre totalitaria». Su última paradoja.
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