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Universos con Finisterre

Hay supuestos sabios a quienes nunca se debe preguntar sobre aquello que no esté en su vitrina o dentro de su jardín

Domingo, 13 de octubre 2019, 08:11

C omo prueba de su sensibilidad y de su amor por la Naturaleza, presumía de poseer uno de los más hermosos jardines. Porque, a diferencia de los ecologistas 'solo de boquilla', ella se consideraba una creativa de la tierra, una paisajista. Nos convenció para que fuéramos a verlo; la visita valió la pena. El gran parterre rectangular lucía de un verde vivaz tachonado de flores, arbustos, arriates... Un pequeño paraíso que daba razón del primor de la jardinera, quien nos habló con entusiasmo de las variedades botánicas y nos hizo oler sus diferentes aromas.

No obstante, llamaba la atención que, más allá del perímetro de aquel vergel bien delimitado mediante un orillo de piedra, se extendiera un erial pedregoso y sucio, un páramo que daba grima. Le manifesté mi sorpresa por ese contraste y, con gesto despectivo, contestó: «Ah, todo ese terreno colindante pertenece al ayuntamiento; su cuidado no es asunto mío». Entonces comprendí que el 'infinito amor por la Naturaleza' de la señora estaba parcelado y con título de propiedad.

A un profesor de larga trayectoria docente e investigadora se le encargó un trabajo sobre la evolución de su especialidad, un ámbito de estudio tocante a las ciencias humanas que a lo largo del tiempo se había ido ramificando en numerosas corrientes, escuelas y tendencias. Cuando trajo el primer borrador nos quedamos estupefactos. Pues, sin tapujos, defendía el autor que su '-logía' durante décadas había estado en manos de estudiosos de medio pelo cuyas aportaciones resultaron científicamente estériles. Fue necesaria, según él, la llegada de su generación, y con ella la irrupción de una nueva subdisciplina en el ámbito académico, para que se pusiera orden, rigor y método donde antes dominaba el diletantismo, la impericia y la ceguera.

Sin pretender enmendar al docto caballero, le señalamos la obviedad de que el conocimiento es acumulativo, por lo que de los tanteos y errores de ayer emergen las pertinentes conclusiones de hoy. Pero no hubo manera. Aquel profe monológico se veía a sí mismo caminando no 'a hombros de gigantes', como imaginaba Newton al científico aupado sobre ese esfuerzo colectivo, sino como un gigante 'a hombros de pigmeos'.

Ambas anécdotas nos hicieron ver hasta qué punto acertó Anatole France al constatar que hay supuestos sabios (y supuestos amantes de la Naturaleza) a quienes nunca se debe preguntar sobre aquello que no esté en su vitrina o dentro de su jardín, ya que no les preocupa lo más mínimo. Su universalidad, como su universidad, tiene Finisterre.

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