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Eric Lebec, exconsejero de los Archivos Secretos Vaticanos y autor de 'Histoire secréte de la diplomatie vaticane', le gusta recordar que tras el derrumbe de la Unión Soviética y la consiguiente proliferación de estados, tratar con la Santa Sede suponía un certificado de democracia cuando ... antes la intelligentsia europea detestaba la relación con los Estados Pontificios. La Santa Sede, en efecto, tiene que medir mucho sus relaciones diplomáticas, porque siempre van a ser interpretadas como un aval a los que son recibidos en los palacios vaticanos y a lo que representan. La grata receptividad al programa Share del Gobierno Vasco, que persigue ordenar la acogida de inmigrantes y refugiados, personificada en el lehendakari Iñigo Urkullu, supone un triunfo diplomático de su Ejecutivo y una bocanada de aire fresco cuando la xenofobia más agresiva cabalga a uña de caballo en una Europa que se cuartea.
Urkullu (y su responsable de Derechos Humanos, Convivencia y Cooperación, Jonan Fernández) sabe que la crisis migratoria es una de las banderas del pontificado del papa Francisco, como ya lo demostró en aquel gesto histórico de su visita a Lampedusa. Y el Vaticano busca aliados en esa estrategia humanitaria, que necesita pasar de la doctrina evangélica a los hechos a pie de calle. El plan Share llega en un momento oportuno, y no cae precisamente del cielo: ya fue compartido por el Gobierno de Vitoria el año pasado en Bruselas, pese a sus competencias limitadas..
El lehendakari ha conseguido un éxito diplomático al presentar el plan en el Vaticano, donde ha sido recibido por segunda vez por el cardenal Pietro Parolín, el 'primer ministro' del Papa. Lo habitual es que a un presidente de una comunidad autónoma o región le reciba el arzobispo Gallagher, secretario para las Relaciones con los Estados (el equivalente al ministro de Exteriores). Es el propio Parolín, un astuto y bien informado secretario de Estado, el que quiere conversar con Urkullu. En el Vaticano siempre se han visto con recelo a los nacionalismos, calificados en decenas de documentos como «exacerbados», pero en este ocasión lo que el lehendakari ha llevado a la Santa Sede es una propuesta de nacionalismo solidario, alejado de lo que otros han llevado a Roma en distintas ocasiones como nacionalismo identitario.
El perfil socialcristiano de Urkullu, que ha buscado acuerdos políticos a través de la Iglesia, gusta en el Vaticano. No deja de ser una forma de reivindicar el origen democristiano del PNV, que forma parte de la historia político-cultural de la ciudad del Tíber.
Ya no está ETA, que lo contaminaba todo. Por supuesto, la consolidación de la paz en Euskadi también formaba parte de la agenda, puesto que la Iglesia vasca se encuentra en una fase de autocrítica por su papel durante los años de violencia, y, al mismo tiempo, de impulso de la reconciliación para restañar heridas. En ese camino siempre ha estado el Vaticano y lo seguirá estando, de una manera o de otra. El nombramiento de Joseba Segura como obispo auxiliar de Bilbao se puede leer también en esa dirección, no solo por lo que puede aportar a la convivencia entre diferentes sensibilidades, sino por su dimensión simbólica en cuanto que supone una rehabilitación de la antigua línea de la diócesis de Bilbao, que se puede hacer extensiva a una Iglesia en proceso de purificación.
La acogida de inmigrantes y refugiados en Euskadi siempre ha tenido una logística coordinada entre distintas instituciones, como el Gobierno vasco, el CEAR, Cáritas y la Cruz Roja. Se han movilizado en tiempo récord para hacer frente a la situación, con profesionalidad más allá del buenismo. Me consta. Ahora, la asignatura pendiente es conseguir un Pacto de la Inmigración entre todas las fuerzas políticas vascas, que se resiste.
Y aquí sí que hay que alumbrar con luces largas.
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