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Democracia es la forma de gobierno en la cual el pueblo, la sociedad, es sujeto activo, es forma de gobierno que persigue el bien de todo el colectivo al que representa. Admite, respeta y apoya el pluralismo social como hecho enriquecedor. Dispone de medios para ... urgir el cumplimiento de su voluntad. En democracia, el logro del bien común significa respeto a las personas como individuos y ciudadanos y, en cambio, no hay democracia sin declaración y cumplimiento de derechos del ciudadano. El bien común se concibe como resultado de la tensión-aportación-decantación de diversos puntos de vista e intereses. La participación de la sociedad en los asuntos públicos en democracia se asegura por instituciones jurídicas, la existencia de una oposición institucionalizada, la división de poderes, vigencia del imperio de la ley, existencia de normas fundamentales y su correspondiente control, también por la posibilidad del sufragio, referéndum o consulta. Y por la vigencia del consenso respecto al principio democrático de las mayorías y de las minorías que implica que las decisiones aprobadas por la mayoría en votaciones libres deben ser aceptadas por la minoría que ha votado diferente.
Pero el principio de mayorías y minorías no implica el ninguneo de la minoría, al contrario, los regímenes democráticos establecen medios institucionalizados para que la minoría siga actuando sobre las reglas de la oposición. Dicho de otra manera y parafraseo las reflexiones que José Antonio Rodríguez Ranz, director de la revista Hermes en el ejemplar del mes de octubre: «la democracia, tiene una regla de oro: el respeto, y dos caras: respeto a la voluntad de la mayoría siempre que esta sea respetuosa con los derechos individuales y colectivos básicos y respeto a las minorías siempre que esto no se traduzca en un antidemocrático e interesado derecho de veto y bloqueo».
La democracia no es ciencia ni dogma, es forma de ver el mundo, modo de ser, vivir y estar en sociedad. Y como toda creación humana, antes, ahora y mañana, puede prosperar, perecer y volver a aparecer. Implica y supone solidaridad, altruismo y responsabilidad social, espíritu cívico y respeto por los bienes comunes y, sobre todo, respeto por la persona. Es construcción continua, no se puede comprar ni decretar, pero sí vivir y construir. No es otorgada, es decisión de la propia sociedad. Es construida y puede ser transformada por los mismos que la construyeron. La democracia expresa una forma de ver, interpretar y ordenar el mundo, se puede mejorar y evolucionar. En ella leyes y normas son construidas o transformadas por los mismos que las van a vivir, cumplir y proteger. Es el espacio por excelencia de libertad, resultado del acuerdo de cumplir y respetar aquel producto de una decisión libre, es acuerdo fundado colectivamente. Requiere de la participación de los miembros de la sociedad. Es la base de la gobernabilidad, la ética, la creatividad, la autonomía, la libertad, la participación y la representatividad. La construcción de la democracia necesariamente afecta a toda la sociedad, es deliberación que se convierte en valor social cuando las personas son capaces contrastar sus intereses y expresarlos, sustentarlos y defenderlos con serenidad y transparencia. En democracia los ciudadanos buscan convencer, pero están dispuestos a escuchar la prioridad de otros y ceder, recibir cesiones y ser capaces de construir bienes colectivos. La deliberación es instrumento para construir consensos, bases de convivencia e integración, vertebración y solidaridad. Es perfectible por imperfecta, foro complejo donde confluyen principios de legalidad, legitimidad y realidad.
Democracia es gestión de discrepancias políticas, sociales, ideológicas, territoriales, nacionales, de identidades y de sentimientos de pertenencia. Continuo parafraseando las reflexiones de la persona antes mencionada y las cuales asumo por oportunas y certeras cuando afirma «nunca he sido muy amigo de exaltar la polaridad nacionalista y no nacionalista, y menos cuando hablamos de bases y principios para la convivencia en la diversidad». También soy partidario de explorar, digámoslo así, la posibilidad de un mínimo común denominador inclusivo, abierto y en construcción, a modo del efecto expansivo de unas ondas en círculos concéntricos cuando arrojamos una piedra al estanque. Estimo que debemos intentar avanzar en esa dirección que sólo excluye a quien se autoexcluye o a quien quiere ejercer de minoría antidemocrática de bloqueo.
Estos podrían ser los elementos de esa onda expansiva: Reconocimiento de que la Constitución fue votada afirmativamente en Euskadi solamente por tres de cada diez vascos y de que en cambio más de la mitad votaron sí a un Estatuto que ha sido reiteradamente podado por el Estado en su desarrollo impidiendo su plena potencialidad. Aceptación de que a mayor autogobierno mayor bienestar y cohesión social. Entendiendo que sin utopía no hay transformación creo que la utopía posible hoy en Euskadi pasa por profundizar en su autogobierno, pasa por un nuevo encaje, propio, diferenciado y anclado en el principio de bilateralidad en el Estado español, por una bilateralidad que mira a los derechos históricos y al Concierto Económico Vasco y todo ello refrendado por la ciudadanía vasca y las instituciones del Estado. Sin imponer ni impedir. No será fácil, tampoco imposible. Es en democracia la utopía posible.
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