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La desconfianza instalada en la sociedad en torno a nuestro futuro, ensombrecido por los nubarrones de una dura crisis social y económica derivada de la ... pandemia ha encontrado esta semana un antídoto que aporta dosis de esperanza, integrado por la conjunción de dos grandes valores: el de la negociación y el del pacto entre diferentes. La asociación de empresas de Gipuzkoa Adegi y los sindicatos ELA, LAB y CC OO han alcanzado un acuerdo en el sector del Metal que, esta vez sí, cabe calificar como 'histórico' tras diez años sin actualizar el convenio y que afecta a más de 40.000 trabajadores guipuzcoanos. Una década después se renueva el convenio más importante de Gipuzkoa en un proceso de negociación modélico, con ausencia de conflicto, negociado desde una actitud positiva por ambas partes y que es muestra de un sincero ejercicio de confianza.
Su contenido, sus previsiones o cláusulas son, sin duda, muy relevantes: junto a aspectos de actualización salarial, el nuevo convenio potencia y protege la dimensión de igualdad de género, incluye una cláusula de inaplicación a modo de blindaje (una especie de antirreforma laboral), prevé su ultra actividad indefinida y regula, entre otras cuestiones, la controvertida subrogación para las personas subcontratadas. Pero junto al protagonismo y a la importancia de tales mejoras, todas ellas negociadas y acordadas, la trascendencia del pacto supera su estricta dimensión material como convenio colectivo y está directamente vinculado los valores que quedan claramente plasmados en todo el proceso negociador y en su resultado final.
¿Cómo lograr que esta fórmula de éxito pueda extrapolarse a otros ámbitos como cauce para solventar los conflictos sociolaborales y pueda superar ese bucle negativo de conflictividad? Tal vez la vía radique en instaurar una nueva cultura de empresa basada en una comunicación interna sincera, transparente, continuada, en optar por priorizar una relación colaborativa que logre generar un sentimiento de pertenencia. Con esas bases es posible pasar del decir al hacer, convertir en realidad esa nueva cultura basada en el respeto y en la colaboración mutua entre personas, anclado en un liderazgo ejemplar que dé sentido y valor a la función que éstas ejercen dentro de la empresa.
Negociar y llegar a acuerdos es algo tan tangible como valioso. Sentarse a negociar supone dialogar, conlleva el reconocimiento del otro, implica tratar de comprender desde el respeto sus argumentos, supone confrontar los intereses en presencia. Negociar supone además, y al margen del resultado final, un acto de respeto hacia la otra parte. Implica, además, asumir que nada en la vida debería ser unilateral. Por eso la concordia, desde los principios de la historia, sólo es posible cuando las partes aceptan convivir bajo acuerdos con los que todos los involucrados tienen un nivel –aunque sea mínimo– de aceptación. Nadie ostenta la verdad ni la razón absoluta.
Este pacto supone un faro, una muestra de esperanza, porque nos demuestra que es posible superar el enquistado clima de conflictividad, es factible acordar entre diferentes y cabe, en definitiva, enfrentar los problemas y los disensos de otro modo. Todo ello exige superar inercias clásicas muy asentadas. Y hay que seguir perseverando en el intento por superarlas, porque mediante la búsqueda del acuerdo siempre se llega más lejos que a través del conflicto.
El progreso social requiere fijar de forma consensuada los verdaderos objetivos estratégicos. Esa voluntad de consenso requiere una voluntad compartida, un talante abierto y dialogante, unos valores y un compromiso tan recíproco como real y sincero, porque esa institución silente que se llama confianza no brota por ósmosis ni por casualidad: hay que trabajarla, incluso cuando parece algo absolutamente inviable. La constancia da frutos.
¿Y qué sucede en ausencia de pacto? La lógica que se impone es la de confrontación y la de la defensa de los intereses propios, todo ello planteado en términos de victoria o derrota. Hemos de recuperar y proteger la confianza recíproca en el sistema y en las personas. La batalla por la confianza se gana, como nos muestra este excelente ejemplo de pacto alcanzado entre Adegi y la mayoría abrumadora de las fuerzas sindicales. Solo así podremos construir una relación colaborativa que genere un sentimiento de pertenencia basado en el respeto y en la colaboración mutua entre personas, anclada en un liderazgo ejemplar.
Entre todos hemos de intentar asentar un nuevo tiempo en torno a la empresa como motor de riqueza social, una nueva etapa basada en el respeto recíproco y en la ética de las relaciones laborales, poniendo a la persona por encima de cualquier otro factor. Frente al discurso del enfrentamiento hemos de salir de las trincheras y de la confrontación. No esperemos que la inercia continuista del caduco modelo vertical de empresa y de las relaciones sociolaborales solucione el serio problema que afecta al futuro de nuestro modelo empresarial y social, huyamos de enquistados planteamientos que a nadie favorecen, superemos recetas pasadas y obsoletas y trabajemos todos para generar un clima de confianza recíproca dentro de cada empresa, donde todos puedan aportar propuestas, coparticipar en la gestión y proponer soluciones para ser más competitivos como proyecto empresarial.
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