La educación en sus diferentes niveles es la herramienta insustituible e imprescindible para formar a la ciudadanía del futuro y para lograr cohesionar nuestra sociedad ... sobre la base de la equidad y de la justicia. Nuestro sistema educativo es clave y estratégico para nuestro presente y nuestro futuro. En este contexto excepcional hay que hacer las cosas mejor que nunca, debemos intentar ser más eficientes y proactivos (no solo reactivos) que nunca.
Nuestras niñas y niños vuelven al colegio después de seis meses sin pisarlo: afrontamos el inicio de un curso atípico que genera inquietud, pero que no debe generar miedo. Emergen interrogantes sin clara respuesta, centrados en cómo lograr recuperar rutinas de aprendizaje, cómo garantizar la conciliación entre la seguridad sanitaria por un lado y el efectivo ejercicio del derecho a la educación por otro; otras dudas se instalan en torno a cómo mantener el cuidado emocional o cómo proyectar las nuevas metodologías de aprendizaje. En todo caso, la presencialidad es indiscutible e insustituible
¿Cómo afrontar el reto, el desafío que supone estar a escasas horas o días del escalonado comienzo de un nuevo curso en unas circunstancias tan inéditas como excepcionales? Hasta ahora el debate se ha focalizado prácticamente de forma monográfica en esa importante dimensión sanitaria. Ello ha provocado una lógica suma o secuencia dialéctica y reflexiva de tensión, negatividad, quejas, dudas, incertidumbre, miedo: toda una serie de factores emocionales que impiden abrir la puerta al segundo vector clave, centrado en cómo y de qué forma debemos concebir y materializar desde el punto de vista educativo este inicio de la actividad formativa en los diferentes niveles. ¿Cómo se debe educar en tiempos de pandemia?
Hay que recuperar el sentido real de la educación, en todos sus niveles, como puente entre el hoy y el mañana
El reto planteado no tiene una sola ni una fácil solución. Requiere un consenso de partida, necesita nuestra implicación como sociedad porque nos va mucho en acertar y en fijar un rumbo que supere la sensación de permanente interinidad y fragilidad derivada de la compleja coyuntura que vivimos. Como señalaba Pedro Miguel Etxenike, tenemos la obligación de aportar a nuestros jóvenes los medios adecuados para que puedan solucionar lo que vendrá, para que puedan resolver los problemas del futuro. No es una obligación pragmática, es una obligación ética, no podemos abandonarles.
El verdadero crecimiento económico no depende de los recursos naturales ni se asegura con los modelos de desarrollo que lo confían todo al mercado. La salida de esta crisis, más allá de medidas coyunturales, dependerá de lo capaces que seamos de formar personas con alto nivel de cualificación. La verdadera riqueza de las sociedades reside en su saber. El dinamismo de la creación de riqueza surge de la innovación de conocimientos. La mejor inversión es ahora la educación, el aprendizaje y la investigación.
¿Cómo hacerlo? reafirmando los valores tradicionales de la formación: el pensamiento básico y crítico, el rigor intelectual, la honradez, la dedicación, el entusiasmo, la motivación. Debemos cuidar a nuestros niños y niñas, a los jóvenes, debemos ser capaces de cuidar y de formar a las personas: son «ciudadanos» de la escuela y de la universidad. Cuidar a los jóvenes y a su desarrollo intelectual y personal es la marca e impronta de las instituciones de excelencia.
Desde el pleno respeto al ejercicio del derecho a la huelga, ¿de verdad alguien puede creer que convocar ahora tal movilización es la solución, optar por la reivindicación y la protesta a modo de consigna? Solo una reflexión serena, plural y dinámica permitirá superar el bucle de negatividad y conflictividad en que está inmerso nuestro sistema formativo. Hay que recuperar el sentido real de la educación, en todos sus niveles, como puente entre el hoy y el mañana. Educar representa un reto conjunto para toda nuestra sociedad y ha de ser un proyecto colectivo, compartido y que impulse nuestra sociedad y nuestros ciudadanos hacia horizontes de superación del crítico contexto actual, donde todo parece cuestionarse.
No todo se agota en formar y evaluar. El reto es ayudar al desarrollo de la personalidad de nuestros alumnos y contribuir así a crear mejores ciudadanos. La transformación del sistema educativo pasa por un nuevo modelo de prestación del servicio que ponga el acento en el impulso del pensamiento crítico y de todas esas nuevas competencias requeridas para un proceso continuo de revolución tecnológica en el que las certezas son pocas y las incertidumbres innumerables.
El civismo, la responsabilidad social, la disciplina individual y colectiva pueden ayudarnos, lo van a hacer, a superar estos momentos tan complejos. Pero hace falta algún otro factor emocional que sirva como motor para activar la pujanza social que será necesaria para remontar esta dura situación. Los valores de entrega, de dedicación, de motivación, de búsqueda de la calidad y de la eficiencia han de inspirar nuestra actuación. ¿Cómo lograr mantener o recuperar la confianza en las instituciones que sostienen el sistema en su dimensión sanitaria, asistencial y formativa?
La confianza es el pilar que lo sustenta todo. Su ausencia es una fuente de conflictos e incertidumbre que aboca al fracaso a cualquier sociedad, y la vía para lograr esa confianza es lograr un sistema educativo que apueste por la excelencia.
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.