Novelista, guionista, comediógrafo, dramaturgo, actor; traductor, dibujante, autor de óperas y letrista; abogado de la naturaleza terrestre y curioseador de la celeste; historiador y experto en religiones y cultura tradicionales de América y Asia; talento que con la misma solvencia escribía las memorias de Buñuel ... que una vulgata de la relatividad de Einstein, un ensayo sobre el dinero o una semblanza de la última academia de billar de París; así una novela fantástica sobre Frankenstein, libros de conversaciones con el Dalai Lama, con Umberto Eco, con astrofísicos, como un diccionario de idioteces (¡literal!). Siempre que le llamaron 'enciclopedista', él, muy dado al humor, matizaba: «En todo caso un enciclopedista de las luces... de los hermanos Lumière».
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Escritor de 150 películas, Jean-Claude Carrière, fallecido esta semana, fue y seguirá siendo a través de sus obras un referente para la creación y para la vida. Una inteligencia superdotada que mostró que quien más alto vuela es quien más cerca permanece de la tierra. Enamorado de España y de su cultura, aquí nos visitó muchas veces, sobre todo durante el Zinemaldi (donde se le tributó un homenaje el día de su 80 cumpleaños, en 2011), pero también para verse con su amigo Julian Schnabel o de paso entre rodaje y rodaje.
Definía su trayectoria como la de un observador de la naturaleza humana. «Siempre que me encuentro con alguien distinto o hasta opuesto a mí, intento hallar su parte más interesante, rara, sorprendente, incluso hermosa». Conocer a una persona –empezando por uno mismo− consiste en indagar en su fragilidad, lo cual significa probar su resistencia. De ahí que se aplicara una máxima de vida budista: «Espera todo de ti mismo».
'Fragilidad' es, precisamente, el título de un libro de 2006 cuya relectura reconforta e ilumina en esta época en que tantas seguridades y arrogancias están en entredicho (qué lejos quedan las promesas de inmortalidad transhumanista, ¿verdad?). Su tesis es que lo mejor, lo más bello e interesante del humano, surge como expresión de nuestra naturaleza de seres inconclusos y provisionales, un suspiro entre dos vacíos. «Lo que nos hace peculiares y nos vincula es lo mismo que nos fragiliza. Somos piezas de porcelana que a ratos se sueñan de acero».
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Por eso, Carrière interrogaba a los físicos sobre la velocidad de la luz pero también sobre la velocidad de la oscuridad; y degustaba el sonido de una partitura de Mozart en la misma medida que el silencio que sigue a su última nota.
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