El ventrílocuo como metáfora
El oficio de vivir ·
«Bien infortunado es el humano, pues pudiendo vivir miles de vidas termina viviendo una sola», se lamentaba el clásicoSecciones
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El oficio de vivir ·
«Bien infortunado es el humano, pues pudiendo vivir miles de vidas termina viviendo una sola», se lamentaba el clásicoCon tela y papel maché el ventrílocuo modeló unas figuras a las que atribuyó nombre y personalidad, haciéndolas hablar con voz fingida. Junto con eso, para la extensión del dominio del espectáculo, se fabricó una autobiografía fascinante con la que conseguiría que, a su vez, ... los demás hablasen de él. Desde entonces vivió en una irrealidad de plató amueblada con piscina, coches de lujo, contadoras de billetes y machotes depilados. Se veía como un artista de la vida. «No ceses de esculpir tu propia estatua», apremiaba el greco-romano Plotino. «No dejes de modelar tu propio muñeco», se decía cada noche al dormir el ventrílocuo.
Ejercer como persona equivale a saltar diariamente al gran teatro del mundo con la máscara puesta y bien perfilada. El llamado 'éxito social' depende en buena proporción de los dones naturales, o sea de la manera como está hecha nuestra máscara, pero también del garbo con que sepamos moverla, hacerla hablar y comportarse en sintonía con la representación en curso. Lo cual vale tanto para la gente llana y franca como para los impostores e hipócritas; la diferencia es solo de medida, no de naturaleza: aquellos actúan, estos sobreactúan.
'Sé tú mismo' se nos apremia a menudo, que es como decir: 'saca al personaje que llevas dentro'. Esto puede generar mucho estrés, claro, porque implica asumir deberes y derechos de autor sobre la puesta en escena de uno mismo. Y uno mismo, ¡somos tantos! «Bien infortunado es el humano, pues pudiendo vivir miles de vidas termina viviendo una sola», se lamentaba el clásico.
A grandes males, grandes remedios: para hacernos la vida más fácil, se viene desarrollando un próspero mercado de identidades de sustitución o de prótesis. En el amplio catálogo podremos elegir entre identidades ideológicas, religiosas, deportivas, de género, etnia, lengua, patria... Últimamente, reconocerse de una minoría (mejor aún si tiene vitola de victimizada) facilita mucho el bricolaje identitario, a más de su visibilidad positiva. Elegido e interiorizado el yo social, los dispositivos sabrán exhibirlo en el zoco global, que es como la prueba del nueve para confirmar su verosimilitud y su eficacia.
Nunca antes nuestra propia persona nos generó tanta inquietud, como nunca tampoco la identidad pareció cosa tan frágil y tan etérea. La libertad paga el precio de un sentimiento creciente de irrealidad. Todo, incluso en las capas más íntimas del yo, nos conduce a la ficción. ¿Acabaremos actuando como ventrílocuos de nosotros mismos?
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