Lo dejé expuesto ya hace mucho tiempo en varios escritos, y hoy sigo pensando lo mismo. Es decir, que de todo lo que me enseñaron ... en mi niñez y mocedad, con el aditamento de estudios universitarios y lecturas en gran montón de todo tipo de tendencias, pensamientos, supuestos saberes, etc., lo que se me ha resultado ser como lo único verdadero y se me ha aflorado a lo largo de ese sendero de la existencia toda quedándoseme lo que me parece como sólita verdad ha sido ese principio rotundo de 'lo breve que es la vida'. Que no es que le culpe a nadie de la farsa de los estudios todos con distintos profesores con su marbete o label de procedencias tantas veces tan selectivas, pero la verdad es la verdad, que lo matizo aquí con aquel sabroso decir del Rabi Sem Tob (Siglo XIV), llamado también don Santo judío de Carrión, quien en sus 'Proverbios morales' nos señala que «nin vale el azor menos/ porque en vil nido siga/ ni consejo bueno/ porque judío lo diga». Que pido perdón por driblárseme de manera tal y de aliquanda manera, hechos, personajes, decires, razas, etc, cuando lo único que importa es esa levedad de los años surgida a propósito de esta fecha de imposible borrado de lo ocurrido hace veinte años en las simbólicas torres neoyorquinas, todo un ataque criminal de hondísimo calado entre mentalidades y potencialidades tan en pugna por motivos de odio tan exacerbado, y que ahora, en la recordación de haber pasado ya veinte años de aquello no nos cabe otra expresión que esa que se nos deslíe en la boca: ¡Cómo pasa el tiempo!
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Vivir muchos años no significa, en modo alguno, vivir mas vidas que esta (esa) que nos ha arrastrado por las calles de todas las amarguras habidas y hasta por las de haber. Pasado y futuro en el reconcomio de una estación de pensamientos preñada de desfalcos mentales en los momentos desplomados del sofá, la tele con su murga isócrona de historias que quisieran ser de varios calibres si no fuera que todas están ya contagiadas de los mismos virus de tonterías tan del momento que se está viviendo: vivir la vida, que siempre resulta ser lo mismo. Es decir, los mismos amaneceres iguales, mismos vientos e iguales lluvias, mismas congojas o apreturas junto con su puñado de alegrías alambicadas, todo ello junto con el áspero resultado que ya está escrito en el Eclesiastés: 'Nihil novum sub sole', al que mi memoria quiere contribuir con unos versos de Ricardo León, que vienen a decir que: «No hay nada nuevo bajo el sol. Las horas/ son los bostezos del mortal hastío/ de ese viejo antañón. Cronos impío/ devorador de noches y de auroras./ En vano al Tiempo novedad imploras:/ siempre el otoño sucedió al estío,/ gemelos son tu corazón y el mío, ya el padre Adán lloró lo que tú lloras/ Hoy como ayer, y como ayer mañana,/ todo es viejo y es triste, ociosa y vana...».
Es la hora de la siesta y todo aparece como bañado de un evasivo aire de perplejidad. De haberlo, seguro que un perro pachón sería el acompañante ideal para este momento sublime en el que la mente se pone a escarbar dentro de las miasmas de sí mismo; de cuando pensándolo bien, resulta que ese vivir mucho contado en años es muy aburrido, que esos instantes que se están viviendo se recuerda que ya se vivieron antes con parecido hervor, fervor o livor (sobre todo en este último estadio en el que el diccionario nos señala que nos encontramos con sus tres denominaciones que son más bien tres detonaciones), Es decir, 'aborrecimiento, envidia y odio' acardenalados tan religiosa como quirúrgicamente. Y lo que prevalece es el guirigay de las viejas películas muchísimas de ellas representantes del Jolibud más glorioso y glamuroso y ante las cuales nos situamos en el lugar más preciso de la crítica personal ineludible cuando hemos dejado atrás la comba de los sueños más recalcitrantes. Y, al revés y través de las lagunas o entelequias de la memoria, esa comba cuelga del horcajo de un árbol y el álabe de una soga que ofreció jugueteo de princesa de cuento de hadas a la manera de un jardín a lo Rubén en niña de faldas al viento o la indestructible imagen de aquel boxeador portento, un tal Sangchili, quien en 1935 se alzó con la vitola del campeonato del mundo frente a otro mítico peleador como lo fue el panameño Alf Brown. Pero que si los traigo aquí a ambos en citación conjunta no es por cuestiones boxísticas sino porque el Sangchilli que yo conocí allá por los 40 no fue como boxeador sino como mágico saltador de la comba en un circo de los muchos que por aquel tiempo se exhibían en fiestas y ferias españolas.
Quizás, y como esencia de esta especie tan oblonga de palabras en la que como en arenas movedizas he caído, la alternancia que se me presenta como más acorde y concorde y conforme y como su exponente mas claro es el de la muerte, es decir, esa especie de almacén de sabores vacuos de la vida en la que nos hemos ido asentando de manera tal, que si aun estando ahíto y aburrido de vivir, tampoco morir se quiere; lo que resulta ser un problema de muy difícil solución.
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