Se cierra un año viejo para servirse inmediatamente uno nuevo, aunque lo más cierto es que todo ello no es otra cosa que un poco ... de magia de la que se ocupan muy especialmente los calendarios y algunos ilusos, felices ellos, que hasta celebran con cierta alegría y con peligrosos cohetes ese aparente cambio, aunque, por esta vez al menos, la presentación de esa renovación no es como para alegrarse mucho.
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Las historias con las que se nos cierra ese año pasado tienen un impresionante color a luto: un joven acuchillado en el centro de la ciudad, crímenes machistas a tutiplén, un legendario futbolista que, para su mejor recuerdo –sobre todo para los que nunca hemos ido a verlos en su debido terreno— es, sin embargo muy recuperable imaginaria y literariamente por suerte si contamos en nuestra biblioteca con el libro 'El fútbol a sol y sombra' del uruguayo Eduardo Galeano, donde, entre otras muchas cosas nos viene a denotar que «cien canciones lo nombran, que a los diecisiete años fue campeón del mundo y rey del fútbol», que «no había cumplido veinte años cuando el gobierno lo declaró tesoro nacional y prohibió su exportación, etc, etc, etc», y que «verlo jugar, bien valía una tregua y mucho más», que «cuando Pelé iba a la carrera, pasaba a través de los rivales, como un cuchillo» y que «cuando se detenía, los rivales se perdían en los laberintos que sus piernas dibujaban», que sucede que mientras uno va leyendo esta su apología, vamos viendo como estamos ya en el milagro de la yuxtaposición, la del mago del balón entre el fulgor del mago de la pluma.
Y, si más imágenes quisiéramos rescatar de esa esfumata del año ya pasado, ¿por qué y cómo no prestar la debida atención con una mirada al Vaticano donde un personaje de la más alta categoría del mundo religioso ha dejado de luchar en su denuedo de conservar su vida para instalarse en las moradas del cielo?
No quisiera olvidarme de que, entre las muchas cosas que ese año pasado he creído ver, ha sido el anuncio de la reedición de muchos viejos títulos, de aventuras mayormente, a precios más que de regalo. Así, en literatura al menos, diría que algunos –muchos- viejos fantasmas han vuelto o vuelven. En literatura, es decir, en el fondo de ese saco que cada uno podemos reservar para la literatura– nostalgias, recuerdos, fervores, entusiasmos, exultaciones, gozos y paroxismos, serenidades y reflexiones, horas lentas cargadas de prosas suaves, horas de éxtasis y de sublimación en las que penetramos en el sutil tejido corporal y anímico de los héroes cuyas hazañas leemos–, hay tiempos en que los fantasmas, los tenues fantasmas que fuimos imaginando en nuestra niñez lectora, se remueven y resucitan.
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¿Por qué no recordar, por ejemplo, de aquel Julio Verne que nos contó historias tan deliciosamente delirantes como la de Héctor Servadac, capitán del Estado Mayor de Mostaganem, duelista con Basilio Timascheff por si las excelencias o de Wagner o de Rossini y habitante del planeta Galia, y la de otros tantos héroes como se nos vienen a la memoria a la menor mención juliovernesca como Robur, el Conquistador (personaje que todos, en algún momento de nuestra vida, hemos soñado ser), el terrible capitán Nemo (incansable viajero por millas y más millas de territorios submarinos), Miguel Strogoff (aventurero sin par por las duras estepas siberianas), etc?
¿Qué nos queda, desde el lado de otros autores populares en otros tiempos como los del imaginativo Salgari y sus héroes y heroínas como el Corsario Negro, el Olonés, Honorata de Wan-Guld, Yolanda de Ventimiglia, Morgan, etc, y cambiando de ámbito y geografía, la terrible Minnehaha, Randolfo, la Soberana del Campo de Oro, el Rey de los Cangrejos, etc, etc?
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Nos queda, que no es poco diría la memoria, la nostalgia, el poder de evocar y revivir, una oscura telaraña en donde se nos enreda el cautiverio dulce de unas lecturas que nos encantaron, resurrección que se efectúa inmediatamente cuando ahora, desde los quioscos de hogaño se nos asoman nuevamente esos mismos Julio Verne y Emilio Salgari, acompañados del mismísimo Robert Louis Stevenson, o Jack London u otros autores de la misma cuerda
¿Quiere esto decir que, en todo tiempo, podemos ser aquellos mismos niños asomándonos a los actuales quioscos manteniendo la avidez de aquellos antiguos lectores sin dejar de ser capaces de recordar viejas aventuras quedándonos en ese medio camino que existe entre la nostalgia y la realidad?
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