El 25 aniversario del secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco constituye un ejercicio retrospectivo que permite reivindicar lo que supuso el espíritu de Ermua para la deslegitimación del terrorismo. Las movilizaciones multitudinarias de indignación cívica, primero para exigir su libertad y después para denunciar el espanto del crimen, retransmitido en directo, fueron un punto de inflexión que rompía la espiral del silencio y la pasividad de años, un verdadero aldabonazo en las conciencias que se extendió a amplios sectores sociales que hasta entonces habían permanecido alejados de esta realidad intimidatoria. Por eso la vigencia de aquella respuesta civil desde la valentía y la rebeldía moral que la animaron. El espíritu original de Ermua, después manoseado y devaluado por la confrontación partidista, fue un acicate indudable para un camino que acabaría 15 años después –demasiado tarde– con el final de la violencia, e ilustró que ya entonces había comenzado un proceso de paulatina derrota social. Aquella desafección emocional desembocó con el tiempo en la victoria de la democracia sobre ETA y su empecinamiento totalitario. Venía precedido por un caldo de cultivo, en el que el Pacto de Ajuria Enea se convirtió en un ariete clave de la estrategia unitaria. Aquello no cayó en balde y sirvió para sembrar un consenso mayoritario. El acto de hoy –con presencia del Rey, del presidente del Gobierno, del lehendakari y del alcalde de Ermua– debe poner de relieve, más que nunca, la necesaria empatía con las víctimas del terrorismo, las grandes olvidadas. Y hacerlo desde un espíritu de respeto, de generosidad y de integración, sin aspavientos y dentro de la pluralidad democrática, superando polémicas innecesarias que ponen el foco en lo secundario, no en lo principal. Ermua, también, nos interpela a todos a salvaguardar la unidad cuando lo que está en juego es la defensa de la vida y la libertad. En un momento en el que la tentación cortoplacista y el tacticismo imperan, hay que reivindicar la altura de miras, y evitar divisiones que hacen daño, primero a las víctimas, y después confunden a la ciudadanía. Antes de pasar página, por supuesto, primero hay que leerla y el aniversario de Ermua contribuye a este ejercicio de dignidad. Que las nuevas generaciones aprendan del pasado, recuerden el horror vivido, y se comprometan a que no se repita más.

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