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Vivimos una situación política marcada por la paradoja en sus dos principales problemas: el juicio de los inculpados catalanes por rebelión y la cascada de elecciones. Para ambos casos, no resulta difícil establecer las relaciones de causalidad e incluso las previsiones a corto plazo. Sin ... embargo, resulta prácticamente imposible adivinar cuáles van a ser las consecuencias últimas en cuanto al sistema político, tal como existe hoy, ni siquiera qué va a ocurrir por lo que toca a la supervivencia y organización del Estado. En suma, el laberinto del presente es diáfano, incluso en sus vías muertas, y el futuro bien turbio.
Mayor claridad no cabe en cuanto a las causas de la convocatoria de elecciones generales por Pedro Sánchez. Su juego era arriesgado, pero no cabía otra opción. Tenía que apoyarse en las dificultades ofrecidas por la Constitución con el voto de censura constructivo, y en la imposibilidad de que quienes derribaron a Rajoy, eligieran un jefe de Gobierno del PP. Jugó a fondo la baza de la negociación con los partidos independentistas para calmar el clima de enfrentamiento y abrir un hueco al casi imposible acuerdo de reforma profunda de las relaciones de Cataluña con el Estado. Las amplias concesiones económicas ganaron la aprobación de la burguesía catalana. Pero no sirvieron para modificar la estrategia maximalista de dar prioridad a la lucha por la independencia, al calor del juicio contra los nueve. Las esperanzas de Pedro Sánchez quebraron ante el voto negativo catalán en los Presupuestos, dejando además un mal sabor de humillación y de amplio disgusto por no haber rechazado a tiempo las delirantes 21 condiciones de Torra. Salvo en esto Sánchez jugó bien. Al final todo resultó inútil.
De cara al futuro poselectoral, tienen posibilidad de acertar dos pronósticos: será sumamente difícil encontrar una nueva mayoría y el PSOE puede ser la minoría mayoritaria, sin apoyo suficiente para formar gobierno, como en Andalucía. Los independentistas no van a votarle: prefieren un interregno con el Gobierno Sánchez en funciones. El vacío en España. Y en cuanto al frente conservador, la incógnita es si se repetirá lo sucedido en la manifestación de Madrid, con el Vox aportando sus gentes y ahuyentando a los demócratas. C's ha hecho una apuesta arriesgada al dejar su juego a dos bandas para convertirse en lugarteniente del PP. Si los tres son favoritos, es por el desgaste de la izquierda. Lo único seguro será una campaña extremadamente agria.
Frente a tales dudas, y en contra de las apariencias, el panorama se aclara en el juicio sobre los líderes independentistas, implicados directamente en el 27-O. Las intervenciones de los defensores en la primera sesión, así como la de Junqueras, explican el corte dado por Torra a las relaciones con Sánchez, con la autodeterminación como exigencia inexcusable, en vez de refugiarse en una fórmula amplia del tipo «se discutirá de todo». Ni en las relaciones intergubernamentales ni en el proceso, el independentismo ha querido atenerse al principio de realidad, obteniendo ventajas a partir de las concesiones de Madrid. Ha optado por un horizonte inequívoco: el órdago de la autodeterminación, premisa para la independencia.
La declaración de Junqueras fue inane desde la perspectiva de una aclaración de sus planteamientos políticos, de sobra conocidos, y sentimentales, como el amor a España. Importa sobre todo por la estructura de comunicación utilizada. Deja de lado al contenido jurídico del proceso, que despacha en un par de frases, para proclamar su inocencia, y, en cambio, se entrega a una interminable legitimación de su personalidad política, trampolín para su protagonismo en la futura vida de Cataluña. A partir de ahí se mueve en un registro bifronte, de ignorancia deliberada del Estado de derecho español, a cuyos representantes -juez, fiscales- se niega a responder, y de discurso dirigido a Europa, mostrando a través de su autoelogio el contenido democrático de la propuesta independentista. Es una partida de billar a tres bandas, en la cual no interviene lo que en principio debiera ser la preocupación fundamental de un acusado: alejar el peligro de una condena, en su caso de veinticinco años. Junqueras se olvida de sí mismo como inculpado para potenciar su figura política y la supuesta legitimidad de la independencia ante la opinión europea, habida cuenta de la retransmisión íntegra del juicio.
La excepcionalidad del juicio de los nueve es, pues, evidente, aun cuando se integre en la tradición de procesos donde el acusado utiliza su desarrollo para la propaganda de una determinada opción política, desautorizando de paso al tribunal que va a condenarles. La intervención del comunista Dimitrov ante los jueces nazis del proceso de Leipzig o el alegato 'La historia me absolverá' de Fidel Castro, serían modelos del género. La estrategia catalana es más compleja y enlaza con un doble juego de objetivos políticos, establecidos aprovechando seis años de desarrollo del procés, y previendo uno más en la serie de revolcones ya registrados de los tribunales europeos frente a la jurisprudencia española.
Por una parte, se trata de ir preparando el ambiente en Cataluña para movilizar hasta el borde del estallido al independentismo contra la justicia «franquista» del Estado opresor. Base de legitimación de una nueva DUI. Si PP-Cs-Vox llegan al poder tras las elecciones, el choque de trenes sería inminente tras el remake del 155. De mayor riesgo que el primero.
Europa se convierte en destinatario principal del mensaje político emanado del juicio. A corto plazo condenando la tentación del recurso estatal a la violencia. En definitiva, al apostar, no sin razones para ello, por una resolución del TEDH que eche por tierra las sentencias españolas. Lo que ahora ocurra tendría solo un valor instrumental.
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