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La política española está experimentando una 'segunda transición'. Hace años que se había descrito su advenimiento como resultado de transferencias de poder; del Estado hacia la Unión Europea y del Estado hacia el ámbito territorial y local, dando lugar a la 'geometría variable'. Más tarde ... eso de la 'segunda transición' fue utilizado para hablar de regeneración. Primero, en cuanto a la superación de la divisoria ideológica tradicional entre izquierda y derecha. Luego la acepción se refirió al restablecimiento de la separación de poderes a cuenta de la corrupción y otros males que señalaban el acaparamiento de atribuciones en el bipartidismo imperfecto. # Pero nadie hubiera imaginado que la incertidumbre podía adueñarse hasta tal punto del escenario político. No solo mediante su fragmentación electoral; también a causa del estado gaseoso al que ha dado lugar la prolongada crisis de representación y de mediación institucional. La incertidumbre es global en todos sus sentidos. Hasta las elecciones a la presidencia del Athletic han sido expresión de la volatilidad general.
El año que ahora termina ha certificado la inquietante situación que atraviesa la democracia liberal. La emergencia del terrorismo global condujo a los gobiernos más influyentes del hemisferio norte a poner especial énfasis en la necesidad de que la democracia se extendiera al resto del mundo, en concreto al mundo islámico. Las 'primaveras árabes' fueron saludadas inicialmente como la emanación de un ansia de libertad que acabaría homologando a los países de mayoría musulmana con los estados liberales. Mientras tanto, los regímenes autoritarios se hacían fuertes en el escenario internacional, y las posiciones reaccionarias se abrían paso en esas sociedades que poco antes habían pretendido universalizar sus valores de libertad y sus aspiraciones de cohesión. A la volatilidad le ocurre como a la crisis del 2008: no es exactamente un fenómeno importado en España, aunque también.
A diferencia de la 'primera' Transición, en la que sus protagonistas albergaban alguna idea sobre lo que querían y alguna noción de lo que podían conseguir, esta 'segunda transición' ha hecho de la incertidumbre el estado natural de la política. De modo que la volatilidad no es un problema, sino una oportuna excusa para todo. Cada actor principal recurre a ella a la hora de justificarse; y los propios ciudadanos se acomodan en la imprevisión para sumergirse, cada cual, en su particular paradoja. La consecuencia más visible de la volatilidad reinante es que los partidos ya no hablan más que de vez en cuando de 'sus' votantes, porque se han dado cuenta de que no los poseen. Se trata de un verdadero cambio de paradigma, que induce en el seno de cada formación dudas y disensos prohibidos hasta hace bien poco. Hasta la aparición de Trump las estrategias electorales se basaban en la movilización de los incondicionales para, a partir de ahí, recabar el favor de los demás. Ahora se pretende segmentar el público objetivo parcelando el propio mensaje en un ejercicio tan ecléctico de la seducción política que acaba pareciéndose demasiado al juego de la lotería.
Pero la consecuencia más nefasta de la volatilidad es que se lleva por delante la verdad de las cosas. La incertidumbre desconcierta tanto que concede carta de naturaleza a todo lo que se diga e incluso a lo que se insinúe. Los actores políticos no se sienten obligados a pronunciarse con rigor y coherencia ante una audiencia aturdida por ese estado gaseoso que la envuelve y de la que forma parte. Las palabras no son motivo de escándalo cuando los hechos gozan de impunidad o se juzgan en diferido. De ahí que resulte vano advertir sobre los efectos de una u otra decisión; incluidas las decisiones de voto. Dado que nada está claro, todo resulta verosímil. Dado que resulta imposible predecir los efectos electorales de una determinada apuesta, la incertidumbre general contribuye a fomentar el tacticismo, la presunción de un éxito parcial, la publicidad constante sobre una victoria definitiva que nunca llega. 2018 no ha sido el primer año volátil, y tampoco va a ser el último.
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