Lo cantó –no sé si con voz pesarosa o retadora– el poeta, un tal José de Espronceda, romántico de pro, señor de versos tan resonantes ... como pegadizos, ovillando sin duda alguna pasadas reminiscencias que pese a quien pese nunca dejan de incordiar con rabo satánico hasta cuando se intenta descansar a estilo sofá o algo como ante un piano de teclas retorcidas que, sin embargo, logran transmitir notas acordes que se supone que será por el masaje acústico de la rima acaso o porque unas preguntas tan en papel de seda escritas, han perdido su livor y se recitan con sabroso acento de rapsoda: '¿Por qué volvéis a la memoria mía,/ tristes recuerdos del placer perdido,/ a aumentar la ansiedad y la agonía/ de este desierto corazón herido?' Así, hablando del 'bien perdido' que duele con sobrecarga de pasado feliz que se hace intolerable por el choque de dos ondas contrarias pero peor aún la disyuntiva de cuando esa pérdida está escrita con pesadilla posible a pie de cama, la imagen agraz tan lejos pero que tan cercano puede verse, que ha sido en este trance que me ha cogido esa especie de premonición, aun siendo tan negativa, de la noticia histórica (y por lo tanto historial), de la situación volcánica en Gipuzkoa que leía en estas páginas, que eso sí que me parece que es como mentar la soga en casa del ahorcado. De todas formas, a lo hecho pecho, que es como situaba su propio brete la nodriza mientras el niño glotón jugaba tan feliz con sus mamas allá por donde el reventón terráqueo de Pompeya, que esa es otra, que cuando ocurren este tipo de devastaciones tan crueles y despiadadas, parece como si se levantara la losa de los crímenes tantos y es por el mundo todo por donde se levantan protestas agrias que, sin embargo, para nada o para muy poco sirven si no es para pensar que son este tipo de crímenes de la naturaleza a lo largo de su muy larguísima historia la que ha hecho fermentar en el seno de las dudas y sospechas mentales humanas una serie de barruntos y conjeturas sobre posibles habitantes de esos lugares subterráneos que llegaron a llamarse infiernos y si se progresa en el despropósito natural, ocurrir el fenómeno de las tantas religiones que se han desplegado sobre el planeta.

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Pero de verdad que, de cualquier flor puede libar la abeja su polen y arreglárselas para cocinar su dulce miel que también ahí tiene montada su última residencia sacramental el enjambre como lo avisaba el fabulista con el pasodoble de 'A un panal de rica miel..', como lo incineramos para siempre en la memoria de nuestra edad niña, que de lo que intentaba escribir en primicias en esta ocasión, era de las palabras que caen del diccionario cualquier otoño que va y viene y embaldosan parques y avenidas, que yo las veo como fumarolas también como ahora, en acechos tan volcánicos que me viene a las mientes recordar, que es así como lo veo y así lo cuento, a los diccionarios como en arbolada hilera a la entrada del sotobosque con sus ramas bien cargadas de palabras; de éstas, las más putrescentes desprendiéndose de sus alvéolos en las ramas y formando corona con su corola al pie de los tallos, el ejército de los soldados hoplitas a modo de nube evanescente cuando esas ramas son heridas por los canales incandescentes provocados por las vomitonas de las tierras en ebullición, y lo peor, acaso sea, que no se sepa hasta cuándo durará este cruel e injusto castigo de la inclemente naturaleza a la inocencia.

Ocurre en el caso de los lectores que de tantos temas hemos leído y hemos tenido la inmensa suerte de al menos por esta vez habernos librado de sus horrores. Cualquier tragedia que nos sume en la impotencia como ahora ocurre en el caso del volcán que arrasa y quema tierras y deja en la más absoluta miseria a las gentes que en ella habían labrado su vida y a su alrededor habitaban se nos insinúan nuestras neuronas los ejemplos de parecidos relatos que no nos tardan en aparecer. El caso presente nos lleva a recordar episodios narrativos en los que la situación de debido recuerdo nos lleva al Snaefellsjökullal de Verne en su viaje al centro de la tierra y a abordar otro punto importante de atención, es decir, la creación de los infiernos y de su impronta para el surgimiento de las religiones que diría yo que está de por medio también el hecho de señalar lo difícil que resulta para una mente normal en creer ciertas cosas que son como tropezones no se sabe bien si del corazón o de quien sabe qué otro órgano que la razón del hombre actual repudia pero no acaso, quizás y muy seguramente, para los terrores nunca bien superables del hombre cuaternario, que es así como mejor se crean los dioses, con los más tremendos dar-dar de los cielos con orgasmos tan resonantes de truenos y relámpagos así como ciclones y huracanes en bramidos de bestias predadoras, las aguas mil llevándose por delante todo lo que encuentran a su demoledor paso. La hecatombe, en definitiva, de la búsqueda de Satán en esos infiernos que llagados de fuego emergen para sumir en destrucción tan penosa nuestro vivir normal de gentes comunes.

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