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Josu Eguren
Jueves, 15 de diciembre 2016, 20:36
Autor de una de las filmografías más hoscas e irregulares del panorama europeo contemporáneo, y a menudo señalado como uno más en la lista de hijos ilegítimos del gran padre del cine nórdico, Thomas Vinterberg regresa a sus orígenes con la adaptación cinematográfica de 'La comuna', una obra teatral que traspone las memorias adolescentes del cineasta danés al marco de una utopía radiografiada a través de los ojos de una chica de 16 años.
Atrás quedaron hitos como 'Celebración' -pilar y primera entrega del movimiento DOGMA 95-, los consejos de Bergman durante su etapa de depresión y bloqueo creativo, y el estrepitoso fracaso de 'It's All About Love' (2003), una obra de ciencia ficción, protagonizada por Joaquin Phoenix y Claire Danes, que ha de leerse en clave vagamente autobiográfica y con la que Vinterberg probó la experimentación formal en la antesala de la que hasta ahora sigue siendo su última colaboración con Lars Von Trier: 'Querida Wendy' (2005), extraña fábula sobre una juventud americana prematuramente decadente y su fascinación por las armas. El eterno retorno a la escena del crimen -el panteón bergmaniano de 'Fanny y Alexander'- era el leit motiv narrativo de 'Cuando un hombre vuelve a casa' (2007), una película -que en España se estrenó con posterioridad a 'Submarino' (2010), donde Vinterberg anticipaba fugazmente el descenso a los infiernos de la sordidez por los que transitaría tres años después. El eje dramático de 'Submarino' -que podría entenderse como la relectura abismal de 'The Biggest Heroes', su segundo largometraje- es la relación entre dos hermanos, criados en la marginalidad, que han crecido para convertirse en los fantasmas de todo aquello que los traumatizó durante el tránsito entre la infancia y la madurez precoz. Tan brutal como adscrito al recurso de la puñalada errática y efectista, el cine de Vinterberg se enuncia con el propósito de filtrarse entre las grietas de lo que mostramos y lo que somos para explorar la vulnerabilidad del ser humano por oposición a comunidades cerradas que a menudo se manifiestan de manera brutal. Ese era el argumento de 'La caza' -el juicio social sumarísimo a un profesor de parvulario falsamente acusado de pederastia- y en menor medida centraba el tema que latía en su desigual interpretación de 'Lejos del mundanal ruido', aunque sepultado bajo la personalidad literaria de Thomas Hardy y los rigores de una coproducción en los que se diluía su identidad autoral.
Veinte años después de 'Celebración', y habiendo exprimido los postulados de un manifiesto hacia el que sigue mostrando una evidente inclinación estética, Vinterberg filtra a través de la ficción los doce años que vivió con sus padres en una comuna poco antes de que aquella relación terminase en divorcio.
Filmada casi en las antípodas de la luminosidad y el buen rollo contagioso que irradiaba 'Juntos', del sueco Lukas Moodysson, 'La comuna' planta la semilla de un proyecto utópico cuyo equilibrio se sustenta en la solidaridad de todos sus miembros, aunque la cámara de Vinterberg renuncia al retrato de la democracia coral para centrarse en el triángulo amoroso formado por un profesor de arquitectura (el espacio se integra en la puesta en escena a modo de línea de diálogo arquitectónico), su alumna y una presentadora de informativos que sirve de nexo para que la narración conecte con la convulsa realidad histórica (los estertores de la Guerra de Vietnam y el genocidio camboyano). Desenfocados, y siempre en los márgenes o alejados del tumultuoso primer plano, los miembros gregarios de la comuna (entre los que se encuentra Helene Reingaard Neumann, la mujer del director) apenas aportan una fina capa de densidad dramática a una historia que se decide en el rostro torturado de Trine Dyrholm (Oso de Plata en Festival de Berlín). Lo más interesante de 'La comuna' es la mirada de la hija adolescente de la (ex) pareja protagonista a un grupo de adultos que se comportan como niños, su necesidad vital de crecer y auto gestionarse emocionalmente, y el intento de profundizar en un análisis de la naturaleza humana que dará lugar a interpretaciones polarizadas, en función del sexo. Una trampa de guion (otra más) en forma de desesperado golpe bajo alivia el conflicto, pero nada borra la impresión de que el título no se corresponde con la realidad de una película autócrata, de sabor amargo y equívoco tono desmitificador.
Con el crédito que amasó en 'La caza' a punto de expirar, el próximo proyecto de Vinterberg pasa por un reencuentro con los espacios cerrados que violentó en 'Celebración'. La adaptación de una novela de Robert Moore que relata el desastre del submarino Kursk (en el que murieron 118 marineros rusos) parece la última oportunidad del danés de reivindicarse como protagonista de un presente en el que siempre se le recuerda aquel cineasta que fue a finales de los años 90.
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