El capítulo me pilló de improviso, como un bofetón cuando esperas un abrazo o como cuando un coche pisa un charco y te empapas. Un amigo me dijo que a él 'Pobre diablo' no le hacía mucha gracia. Que no pillaba el tono. Le dije ... que sí, que es posible que no sea para todos los públicos. Aunque, subrayé, a mí me encanta. Pero antes de dejar de ver la serie, le avisé, antes de darla por perdida porque no es su estilo o no es lo que buscaba, creo, le insistí, que debería ver el capítulo siete.

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¿Qué es el infierno? Joder, qué pregunta, ¿no? Todas las disciplinas artísticas han intentado contar el infierno desde distintas ópticas. Hemos visto películas, escuchado canciones y leído poemas preciosos sobre el lugar más horrible del mundo. O del otro mundo, ya me entienden. Lo que no esperaba era que una serie de humor, de humor chanante y lunático, me llevara a un terreno tan trascendental.

Una chica con un trabajo precario. Sin familia. Sola. Sufriendo acoso. Tratada con desprecio. Ridiculizada por el sistema. Y. ¿enferma de cáncer? Todo lo que cuenta el episodio siete de 'Pobre diablo' es un pellizco en el estómago -y en el alma-. Un relato espeluznante porque se sabe demoledor y cierto. Porque tiene verdad. Un relato que, en sus últimos minutos de agonía, rediós, emociona de una manera totalmente inesperada. ¿Que qué es el infierno? No sabría decir, pero creo que 'Pobre diablo', una comedia animada sobre el hijo de Satanás que en vez de ser el anticristo quiere ser actor en Broadway, lo explica de una manera aterradoramente bella. Qué bonito debe ser hacer reír y llorar al mismo tiempo con tu trabajo. Qué talento hay, amigos, tras la primera serie de animación adulta de HBO en España. Olé.

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