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Domingo, 5 de febrero 2006, 01:00
Ya están aquí. Ya han llegado. Los vemos y veremos estos días por nuestras calles y barrios para anunciarnos que, enviados por Momo, el Carnaval está próximo. En épocas pasadas, su presencia anunciaba la llegada de la primavera. Camino de temperaturas más templadas pasaban por nuestra ciudad en busca de mejores tiempos.
A diferencia de otras tradiciones donostiarras, de la de los Caldereros lo sabemos todo o casi todo. Su historia es tan relativamente reciente que existen documentos confirmando el por qué de su existencia.
El 28 de mayo de 1899, en el periódico La Voz de Guipúzcoa, encontramos la siguiente noticia: «Nos ha visitado una caravana húngara que estableció sus reales en el arenal de Amara y compuso todas las calderas descompuestas que había en San Sebastián. El pueblo mira a esa gente con cierta prevención, sin perjuicio de reconocerla una pericia admirable en su oficio. Algunas personas supersticiosas se han dejado echar la buenaventura por las mujeres de esa tribu que, según ellas, saben leer en la palma de la mano».
En tiempos cercanos, en el mismo periódico, puede leerse: «A falta de otras distracciones más nuevas, la gente dedica estos días su preferencia a ver los húngaros acampados hacia el final de Amara. Sobre el arenal y sin más techo que el de dos cendales de lino sujetos por unas cuerdas y unos pies derechos de madera, vive esa tribu nómada que es el terror de las criaturas de San Sebastián y el gran recurso que para hacerlas obedecer tienen los padres con sólo decirlas: ¿que vienen los húngaros¿. No desmienten éstos rasgos de su raza ni la leyenda de sus costumbres, y sus mujeres y sus chiquillos se exhiben resignados, como convencidos de que su misión en este mundo es mostrar la miseria de su vida, siempre caminando sin rumbo, sin hogar y sin patria».
Cuando los promotores del carnaval donostiarra elegían como motivo para sus comparsas sucesos cotidianos de la vida local, no resultó extraño que unos cuantos socios de la todavía recién fundada Unión Artesana (1870) fijaran su atención en las tribus zíngaras antes citadas basando en ellas su participación carnavalera.
Era el 2 de febrero de 1884 cuando a las diez de la mañana se oyó el estruendo de los cohetes anunciadores de la primera Comparsa de Caldereros Húngaros. A dicha hora un indeterminado número de hombres vistiendo pantalones y chaquetas oscuras, botas altas, sombrero ancho con plumas y largas melenas, con muchos collarones, el rostro amarillento y pipa prusiana, comenzaron su andadura por las calles de la ciudad precedidos por heraldos portaestandartes a caballo y llevando a sus lados mujeres y niños, jinetes de Offembach, carros tirados por mulas enjaezadas y músicos vestidos de jenízaros. Un pelotón de alabarderos, siete gendarmes a caballo y dieciocho a pie se encargaron de guardar el orden. Salvo algunas ausencias debidas el mal tiempo y a la guerra de Cuba, la Comparsa siguió fiel a su cita organizada por la entidad fundadora, por Euskaldun-Fedea (1900) y por Euskal Billera, que en 1909 se hizo cargo de la misma tras unos años de paro debido a los disturbios habidos el año 1902 y siguientes por la prohibición de correr bueyes ensogados.
Los húngaros recibieron un duro golpe cuando el Papa Pío X, el año 1912, suprimió el carácter festivo del 2 de febrero. Al ser jornada de trabajo nadie estaba dispuesto a participar en la fiesta motivo por el que su celebración estuvo «puesta en cuarentena».
Fue el año 1924 cuando Gaztelupe decidió recuperar la tradición adaptándola a las nuevas circunstancias: no saldría a las diez de la mañana sino a las diez de la noche. Al año siguiente ya eran ochenta húngaros, tres carros y una banda de música, con el añadido de la figura del oso, en recuerdo de los animales que los zíngaros hacían evolucionar para ganar unos céntimos.
No tuvo suerte Gaztelubide cuando en 1942, tras el paréntesis bélico, quiso recuperar la comparsa: llovió el 42 y el 43. Salieron el 44 y el 46, pero a falta de recursos económicos no pudieron repetir la experiencia hasta 1954. El 27 de febrero de este año lo hicieron con renovación de todo su contenido, llevando como reina a «la simpática» Juan Arizpe. No salieron en 1956-57 y 58, haciéndolo en 1959 y 60. En 1961 Arizpe fue sustituido en el cargo por una mujer: María Pilar Valdivieso, que al año siguiente sería Pepita Arrieta.
Para evitar salir en día de labor, este año de 1962 se decidió trasladar la comparsa al primer sábado de febrero. Surgió la polémica cuando en 1964 el primer sábado era día 1, es decir, fecha anterior a la tradicional: el 2, decidiéndose que cuando así volviera a ocurrir se saliera el segundo sábado.
Los distintos estados de excepción dictados entre 1969 y 1971 recomendaron no sacar la comparsa a la calle. El clima no era el propicio para fiestas y en Gaztelubide no parece que estaban muy por la labor de tener que enfrentarse a tirios y troyanos para cumplir con una tradición que en esa situación creaba más problemas que satisfacciones.
Para que no se perdiera la tradición, en 1972 un grupo de personas de distintas sociedades, coordinados por Tomás Hernández, tomaron las riendas de la comparsa presentándola con el nombre de «Primitiva Comparsa de Caldereros Húngaros, organizada por el Pueblo de San Sebastián».
Con especial mención a la Comparsa de Gros por su valiosa labor de investigación, con singular recuerdo a los muchos nombres propios de la fiesta que por falta de espacio no podemos citar, y recomendando a nuestros lectores seguir la información diaria sobre las historias, vicisitudes y pormenores que rodean a las veinte comparsas que en distintos lugares harán su salida, nos hacemos eco del mensaje que dice «el Carnaval pronto vendrá».
PRÓXIMO DOMINGO: El Centro de Atracción y Turismo
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