FÉLIX MARAÑA
Miércoles, 7 de junio 2006, 02:00
SAN SEBASTIÁN. DV. Desde que Harold Bloom publicó en 1995 su libro El canon occidental se puso, al menos temporalmente, de moda en todo el mundo la ilusión por las clasificaciones de la cultura. Pero el sistema, que Bloom logró universalizar, tras el éxito de su libro, es algo que viene de antiguo, y son muchos los autores, pedagogos y publicistas que en la historia han hecho alguna clasificación con sentido pedagógico. Pío Baroja (1872-1956), que fue un gran lector, se decidió también a dar su código de lectura indispensable para adquirir una cultura general, conocer la vida, o por simple deleite. Treinta libros hacen su canon de lectura.
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Porque Baroja no sólo ha sido uno de los escritores más leídos del último siglo, sino que el interés por su obra pervive en la actualidad, como no sucede en esa medida con muchos de los escritores de la denominada Generación del 98. Por sus Memorias, por los testimonios de su sobrino Julio Caro, y en el rastreo de sus obras, donde aparecen citados o sugeridos tantos autores de la historia y el pensamiento universal, conocemos cuáles fueron las lecturas de Baroja, y cuáles sus querencias personales al respecto. Pero no se conoce, salvo para sus fieles lectores, un curioso y revelador canon de lectura que el autor de Vidas sombrías recogió en su ensayo Intermedios (1931). En su capítulo final, Alrededor de la literatura y de la vida, don Pío se atreve a proponer una guía de lectura que califica como indispensable para que una persona pueda decirse culta. Es un capítulo más de la íntima relación que el escritor y lector apasionado que fue Baroja sostuvo con el libro.
¿Por qué hace esa selección de treinta libros y no da más títulos? El propio novelista parece dar a entender que persigue un fin práctico, es decir, pedagógico, aunque él lo niegue o no lo pretenda. Baroja critica a sir John Lubbock cuando, al hacer su guía de lecturas imprescindibles en su libro La dicha de vivir, dice que va a recomendar cien libros, pero, en la práctica, lo que hizo fue crear un listado de cien autores. Para Baroja, recomendar a Cervantes o a Lope de Vega supone comprometer al lector que se inicia en un nuevo laberinto. Por eso, el autor de Las inquietudes de Shanti Andía prefiere señalar obras concretas, para conducir mejor al posible lector.
Aunque Baroja asegura no tener propósito pedagógico al hacer esa selección de lecturas recomendadas, expresa en cambio en su clasificación de libros de lectura indispensable un indudable sentido pedagógico. Se arrogue o no ese sentido, lo que sí pone de manifiesto es que Baroja fue, sobre todo de joven, un gran lector, aunque a veces asegure que leyó de manera anárquica. Que fue a través de la lectura como se ayudó para encontrar, si no el sentido de la vida real, sí la vida posible, o deseable. Baroja se propone, aunque lo niegue, aconsejar, es decir, hacer una guía de posible orientación para que cualquier persona pueda adquirir una cultura de cierta suficiencia. Señala Baroja, no obstante, que «al hacer esta lista, yo prescindo un poco de mis gustos, y pienso en lo general. Me interesa más el Empecinado que Aníbal, las cuevas del Cantábrico que el Partenón, y me conmueve más Gonzalo de Berceo que Virgilio o el Dante».
Espontáneo y diletante
Baroja afirma que su evidente afición a los libros no la ha adquirido en cursos académicos universitarios, sino «de un modo espontáneo y callejero». Sus correrías por las librerías de París o Madrid, y su curiosidad, le llevó a conseguir una biblioteca con la que construyó su universo e ideario. Opina que quien tiene afición a una cosa llega a entender de ella, e insiste en su discurso sobre la lectura en la confianza en la decisión individual, por encima de la dirección académica.
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Baroja afirma que para adquirir una cultura general hay que ser un diletante. Se precisan a su entender conocimientos generales de física, química, cosmología, astronomía, filosofía, historia, política y literatura. Considera que es un error querer prescindir de tener una cultura general, aventando la preeminencia del especialista en la vida de nuestro tiempo. Y agrega: «El hombre que pretenda llegar a un alto grado de conocimiento científico, literario o moral tiene que tener la visión del detalle y la del conjunto, abarcar el rincón del paisaje y el panorama. Conocer sólo el detalle no basta». Para Baroja, quedarse sólo en la especialidad «tiende a producir la miopía intelectual».
El novelista donostiarra asegura que todo ser inteligente tiende a intentar «darse a sí mismo una explicación del universo y de la vida». Y esa respuesta está en las herramientas de la cultura básica, aquella que nace de la reflexión de los grandes nombres. Baroja afirma en el referido ensayo que, cada vez que lee un capítulo de Kant, y lo va entendiendo, se siente el hombre más feliz de la tierra y que, si le preguntaran si le hubiera gustado escribirlo a él, diría que no, pues no comprende que un escritor pueda envidiar las páginas que otros hicieron con más profundidad.
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Al hacer la clasificación de su canon de lectura recomendable, don Pío entiende que ninguna de las tres variables puede entenderse por separado, porque hay libros que te pueden ayudar a conocer la vida, su sentido o sinsentido, y, al mismo tiempo, de ayuden a disfrutar con pasión y deleite de la lectura. Pero siempre, añade, habrá en cada libro una noción central y dominante. En la selección de Baroja se advierte claramente su consideración de la ciencia (su verdadera religión, como asegura Julio Caro), su predilección por la historia, y su vivencia del pensamiento y la filosofía o la fantasía literaria. Un recorrido en el tiempo, desde el pensamiento clásico, al siglo XX.
Cuando escribe esta clasificación, por 1931, Baroja es ya un hombre maduro y, aunque asegura pensar en los demás, en un lector tipo ideal de su tiempo, es fácil advertir que en el listado de autores y obras recomendadas se halla la base principal de sus lecturas y obras preferidas. Pero, en su conjunto, cualquier persona de lectura elemental podrá entrever las variables del «lector ideal», de las «lecturas ideales», incluso imprescindibles, o «indispensables», como dice Baroja. Quien requiera de una guía de lectura para adentrarse en el conocimiento, tiene en este canon barojiano una herramienta excelente.
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Una aventura individual
Repasar la lista de esta treintena de libros anima a otras pedagogías, y propone en sí misma un curso de desarrollo de la cultura universal, bajo la dirección de un profesor de excepción, a quien le horrorizaría la idea de que alguien le pudiera llamar maestro. Lo pretendiera o no Baroja, consiguió confeccionar un código de lectura, que nos informa hoy, no sólo de su propia cultura, sino de su sentido pedagógico. Pero si algo insiste Baroja en su consideración sobre la lectura, es en su defensa de la aventura personal de todo ser humano, al tomar ese camino de entendimiento del mundo como el más apropiado.
El lector atento podrá advertir que en el primer cuadro que Baroja recomienda como lectura indispensable no hay diez libros, sino nueve. Así consta en las ediciones cotejadas. No obstante, y conociendo a Baroja, no es atrevido señalar que el error puede ser de edición. En el primer apartado, don Pío recomienda la Historia de la Revolución francesa, de Carlyle. Y no es aventurado pensar que, por el fervor que tenía por la historia de la misma revolución, de Thiers, prologada y traducida por el abate Miñano y publicada por los Baroja en San Sebastián, don Pío recomendara ese libro también y en la linotipia, por «repetida», se eliminara la obra de la lista de los treinta libros «indispensables». Nosotros nos atrevemos a incluirlo.
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