MIKEL G. GURPEGUI
Sábado, 23 de septiembre 2006, 02:00
Esta es, probablemente, una ciudad extraña. Es cuestionable. En todo caso, está claro que a finales de spetiembre se nos pone rarísima.
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Raro es que a los donostiarras nos dé por hacer colas y hablar de películas como Sleeping dogs lie, popularmente conocida como la del perro (no se la pierdan). Raro, rarísimo luce por las noches el hotel María Cristina, popularmente conocido como el sitiado. Las luces rojas instaladas en sus terrazas contribuyen a que parezca un fantasma, una fortaleza inalcanzable de estrellas casi inexistentes.
Cien por cien extravagante es que las intempestivas obras en la plaza de Oquendo obliguen a los peatones a hacer extraños circuitos alrededor del Victoria Eugena y el María Cristina. Y que nadie haya reconocido el error.
Extraño es también que se haya mantenido la tradición de colocar paneles con grandes carteles de cine ante la entrada del teatro Victoria Eugenia, cuando lleva años cerrado y el inhóspito lugar no funciona ni como sitio de paso. Raro, en fin, es ese eslogan que promociona una película: «El último en morir que apague la luz».
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