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lourdes aedo
Jueves, 7 de agosto 2014, 08:28
Toca madrugar. Hemos quedado a las 7.15 horas en el aparcamiento de la plaza de toros de Haro. El día despunta luminoso, el viento sopla ligero con generosas ráfagas frescas. Nuestro cicerone Óscar Ayala, toda una autoridad en el mundo de la aerostática con el récord de travesía en España, está entusiasmado «Se dan las condiciones ideales para un vuelo en globo. Salimos siempre a primera hora de la mañana porque así evitamos las corrientes térmicas generadas por el calor del sol durante las horas centrales del día. Es más seguro y agradable», explica a los doce entusiastas viajeros antes de que subamos a los vehículos que nos trasladan a la zona de despegue.
En un descampado a los pies de los montes Obarenes comenzamos a extender las lonas de los dos globos. Enganchados ya a las cestas, un potente ventilador insufla aire por la boca y consigue engordar en menos de quince minutos la envoltura; los capitanes de la nave añaden aire caliente con el quemador de gas hasta que logran erigirlos.
«Uno de los muchos encantos es que vuela siguiendo el mismo principio que el primer globo construido a finales del siglo XVIII por los hermanos Montgolfier. El funcionamiento es muy sencillo: el aire caliente pesa menos que el frío y sube; el globo sube porque tiene aire caliente atrapado dentro la vela y como este aire es menos denso que el aire de fuera de la vela, el globo se levanta. Calentando o enfriando conseguimos que el globo suba o baje», es la lección que nos da Félix Santacoloma, el piloto de nuestro globo.
Nos acomodamos seis pasajeros y el piloto en la barquilla y esperamos a que el globo gemelo tome altura para darle distancia e iniciar nuestro despegue. Subimos con suavidad, apenas se nota el movimiento y, a cobijo del aire caliente del quemador, la temperatura es agradable. Un ligero velo de bruma cubre la sierra. El Ebro y el Tirón bañan Haro y le dan un paisaje de sotos y choperas. La abundancia de agua crea un escenario de tierras de regadío, donde se alternan grandes hileras de viñedos con mantos, ahora verdes, de cereal.
Gracias al globo, Muga puede organizar visitas a los viñedos desde una perspectiva inédita. Al amanecer, una hora de paseo por las nubes a merced del viento, resulta impresionante: la bruma, el río y las viñas, donde crecen las variedades autóctonas de uva (tempranillo, garnacha, mazuelo y graciano, en las tintas; garnacha blanca, viura y malvasía, en las blancas). Abigarradas cepas, recias, nudosas, emergentes de estas rojas tierras.
A 1.200 metros
Una cordillera de montañas se alza majestuosa en el horizonte, y en sus cumbres se pueden apreciar todavía los restos de las últimas nevadas del invierno que parecen espuma blanca. Al fondo, surcando el cielo, un mar de nubes blancas, tapan a intervalos cortos, los cálidos y dorados rayos del sol. Abajo, los viñedos, los campos de cereal Y nuestro piloto descorcha una botella de cava Conde de Haro, brindamos por el cumpleaños de uno de nuestros compañeros de viaje.
Entre trago y trago apenas nos percatamos de que nos hemos metido en una nube. Sopla ahora aire frío y subimos «¡a 5 metros el segundo! No había ido tan rápido nunca.. Pero esto es seguro», nos tranquiliza Félix. Por encima de las nubes, luce el sol y convierte la línea del horizonte en un aro iris. No hay velocidad, flotamos en un colchón de algodón a 1.200 metros de altura. Una brisa de aire fresco completa este paraíso, que regala calma, paz, tranquilidad y sosiego.
Al bajar divisamos al fondo Casalarreina. Nos acercamos según dicta el viento con parsimonia y dulzura para disfrutar del paisaje. Mientras nuestro piloto busca con la mirada en un posible descampado para aterrizar, los pasajeros disfrutamos a vista de pájaro de uno de los conjuntos urbanos mejor conservados del norte peninsular, declarado en 1975 conjunto histórico-artístico. Allí se alza desde hace algo más de cuatrocientos años el espléndido Monasterio de La Piedad.
Almuerzo contundente
Muy cerca nuestro piloto consiguió dejar el aerostático en tierra. «Cuando hacemos un vuelo en globo conocemos el lugar desde donde salimos, pero no podemos saber con exactitud donde aterrizaremos. El globo vuela en la misma dirección del viento, el viento será quien nos guiará y nos transportará. Allí donde aterricemos nos vendrá a buscar un vehículo de asistencia que se encargará de llevarnos a Haro».
Surcando los cielos en esta zona luminosa, cálida y apacible, experimentando nuevas sensaciones en un entorno único y excepcional, la hora y media de viaje transcurre más rápido de lo deseado. Para compensar, disfrutamos de un contundente almuerzo en Casalarreina: jamón, chorizo, tortilla, huevos escalfados con chorizo y bacón y tomate. Regado con vino de la tierra. Nos obsequian con un diploma acreditativo del vuelo (Bautismo Aéreo) y no llevan a Bodegas Muga para iniciar la visita.
La bodega del roble y el huevo
Bodegas Muga fue creada hace ya 82 años por Isaac Muga Martínez y su mujer, Aurora Caño. La tercera generación de la familia está ahora al frente del negocio que se organiza en torno a las instalaciones del caserón de Prado Enea en el barrio de La Estación. Aunque es una de las grandes (25.000 metros cuadrados y entre 1,5 y 2 millones de botellas anuales), nunca ha llegado a ser absorbida por un gran grupo vitivinícola y permanece en manos de la familia que la fundó.
Un paseo por el interior de la bodega nos desvela una de sus singularidades: la utilización de la madera de roble (francés, americano y centroeuropeo) en lugar de acero inoxidable. Se utiliza en todo el proceso de fermentación, almacenamiento y crianza del vino. Para ello cuentan con tres toneleros y un cubero que construyen sus propias barricas y depósitos de forma artesanal.
El tostado de las duelas
La madera de robl aporta aromas y matices al vino según el tostado que se da a las duelas (listones) que conforman la barrica. Van de los más claros (coco, vainilla) a los más intensos (torrefactos, ahumados), sin olvidar el nivel intermedio (chocolate, café).
Otra de las particularidades de los vinos de Muga es la clarificación, que aquí se realiza mediante el uso de claras de huevo frescas que se separan de las yemas y luego se mezclan con una parte de vino para agregarse al depósito. En su descenso por gravedad a través del vino, la clara arrastra consigo todas las partículas en suspensión e impurezas, limpiándolo y estabilizándolo.
Las visitas pasan, desde 2008, por el Espacio Torre Muga (ETM), un proyecto del arquitecto Iñaki Aspiazu que aglutina actividades enoturísticas: catas, salas de reuniones, vinoteca, wine bar y sala de audiovisuales. Muga también ofrece la posibilidad de comer en la bodega.
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